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¿Son las amenazas del gobierno estadounidense una estrategia discursiva o peligro real? Si nos atenemos a su primer mandato y estas dos semanas ruidosas, habría que inclinarse por lo primero: esa suerte de apuesta de hacer sentir quién manda con el trasfondo de la coerción. Establecida la verticalidad de la relación, la amenaza pasa a segundo plano, reemplazada, desde la posición privilegiada, por la idea de concesión, que oculta la intención inicial de recular o de negociar. Lo demuestra la facilidad en el tránsito de una decisión tomada, en el caso de migrantes colombianos, al estado inicial de cosas, eso sí, plagado de advertencias, con énfasis en la retórica ejemplarizante del vencedor para escarmiento en cuerpo ajeno. Una retórica en la que ayudan áulicos, admiradores y los perdedores, víctimas del miedo u oportunistas que quieren sacar provecho. Lo demuestra la patraseada deTrump ante la digna posición de la presidenta Sheinbaum de México de equiparar sus aranceles a los anunciados por Estados Unidos.
Vienen la negociación y acuerdos para combatir narcotráfico y migración irregular en la frontera, uno de los dos objetivos de Trump. El otro, más importante, es hacer notar su posición de poder para no tener que amenazar todo el tiempo. Eso explica la reacción de China, en el mismo terreno lingüístico, de “tomar las contramedidas necesarias” sin anunciar represalias particulares, como su rival, para forzar la negociación. Porque no hay nada más frustrante para quien amenaza que un rival que se mueva en los mismos terrenos y con los mismos métodos, como ha hecho Trudeau en Canadá, al “anunciar” aranceles idénticos para los productos estadounidenses. Entrarán las vías diplomáticas, llegarán los acuerdos y seguiremos como al principio, con la diferencia de una imagen fortalecida de quien habla más duro, para congraciarse de entrada con sus votantes y construir una narrativa diferencial.
Claro, para negociar hay que tener con qué, so pena de salir molido a palos. Estamos en la era del garrote blando.