Sí, también al periodismo le llegó la hora de cambiar. Ya fue suficiente de responsabilizar a otros de todas sus crisis.
El corporativismo solo sirve para rechazar absurdas estigmatizaciones —como la de que algunos medios son mercenarios, según la “Segunda Marquetalia”—, para combatir el acoso judicial a periodistas por quienes creen que son intocables y para denunciar las violaciones a la libertad de expresión que, a estas alturas del año, según la FLIP, ya remedan impunemente las escandalosas cifras del anterior, las peores en la historia.
Pero el corporativismo traducido en silencio, sombras y tuits de que aquí no ha pasado nada se lleva por delante sus tres pilares, reputación, confianza y credibilidad, que bien pudieran ser uno solo.
Así como la prensa pide claridad meridiana en las actuaciones públicas, debe someterse al escrutinio ciudadano cuando se ve comprometida, como en estos días, su transparencia o idoneidad.
El periodismo que, más que testigo, quiere ser protagonista de la historia, como dice la española Àngels Barceló, puede ir contra la democracia.
El periodismo fletado que inventa, miente o jerarquiza informaciones no es asunto de manejo interno, si su materia prima es, como reclamamos, un derecho humano.
El periodismo que desinforma por acción, omisión o por trabajo insuficiente o incompleto no puede quedar sumido en reclamos discrecionales de directivos o implicados.
El activismo que posa de periodismo y que a veces es parte de los dos anteriores debe ser desnudado y expuesto para fiel conocimiento de las audiencias.
La información “dura” y la opinión personal del periodista, sobre todo si está infestada de pasiones o intereses particulares, no son compatibles así rueden por distintas plataformas.
El periodista es un trabajador más, sin privilegios personales, prebendas o fueros, como no sean aquellos circunscritos a la información que requieren sus públicos para decidir sobre sus asuntos.
Medios, academia y gremios tienen aquí, como reclama Barceló en España, la tarea urgente de la autoevaluación, la autorregulación y autorreconfiguración. No sea que se cumpla del todo, como en otros ámbitos, la manida promesa de que si no cambiamos terminarán por cambiarnos.