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Es tal la dependencia de oposición, medios y redes de lo que diga o haga Petro para el establecimiento de la agenda en la opinión pública, que está desenterrando la simplista teoría de la aguja hipodérmica o bala mágica, en desuso hace siete décadas, concebida entonces para explicar la poderosa influencia de los medios frente a sus audiencias pasivas.
Cuando creíamos que avanzábamos en terrenos complejos de comunicación política merced a intrincadas interacciones, mediaciones e intervenciones, la ráfaga temática presidencial, vía X, TV, plaza pública y performances ha paralizado a sus contradictores convertidos de súbito en muro de pádel, que ante cada cambio de frente apenas si aciertan a responder de la misma manera para todo.
No es fácil digerir para controvertir la incesante andanada de consulta popular, decretazo, anuncio de papeleta para una nueva constituyente, puesta en escena en Medellín, alocuciones en horario triple A y el pertinaz “tuiteo” en redes; pero ¿hubo alguien serio que considerara la posibilidad real de esa consulta popular? La misma pregunta vale para un globo tan imposible como inconveniente de llamar a una nueva constitución, posibilidad que no existe sin tránsito en el Congreso, sin tiempo para este Gobierno y sin ganas para dejársela servida en bandeja a otro, a sabiendas de que los sectores más reaccionarios son los más interesados en hacer trizas la carta del 91.
Pero no importa, sus oponentes siguen creyendo que vale más la figuración con el algoritmo de la rabia o la construcción semanal e improvisada, después de una noticia o entrevista, por ejemplo, de nuevos ídolos o héroes, a pesar de que saben que no producen adhesiones ni mueven ánimos ni marcan en encuestas.
El único que parece estar en campaña, con aguja hipodérmica enhiesta, es Petro y eso le basta para controlar detractores y ocultar la deficiente ejecución, focos de corrupción en círculos cercanos y malas compañías que, como conejos, saltan por doquier y se multiplican.
El resto, en piloto automático, se ha vuelto tan predecible que aburre y tan pasivo que sorprende.
