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El país no se acaba este 29 de octubre, como creen, quieren o tratan de lograr ciertos viudos del poder administrativo, porque ya saben —ya sabemos— dónde y quiénes tienen el poder real.
Aterran por eso el espíritu suicida, el espíritu de rasero y el espíritu amenazante presentes en las conspiraciones, publicaciones y los ambientes que cubren a esta pobre nación como una nube oscura y tóxica.
Merced al primero, apuestan sus restos al fracaso y a la ruina nacionales, para culpar a sus adversarios de lo que no es más que su propio legado sostenido a lo largo de este siglo, convencidos de que sobrevivirán a los escombros y habituados como están a los ambientes hostiles e infrahumanos.
Merced al segundo, quieren normalizar la hediondez de sus procederes, cansados del lodazal en que han tenido que esconder sus cabezas, para poder levantar un dedo señalador y declarar que todos, en las acciones e intenciones ilegales, son iguales y que nadie puede estar moralmente por encima de ellos.
Merced al tercero, advierten que cuando vuelvan —o antes y en cuerpo ajeno— se encargarán de ventilar la podredumbre que les es común y que es mejor tratarse pasito.
Por eso aterra el alborozo con el que reciben y difunden los augurios de preocupación por la economía, como si esos signos no fueran el legado de su ineptitud o complicidad cuando estuvieron en el poder o cerca de él como áulicos o cortesanos. Aterra su satisfacción con el regreso de la inseguridad histórica, luego de ese breve paréntesis de menos de un lustro que ellos hicieron trizas. Aterra la mueca manera de sonrisa cuando se caen los puentes y se derrumban las carreteras que ellos mismos construyeron, mediados por trapisondas y cimentados en la peste de desmemoria que la rabia presente no deja recordar.
Aterran esos odios viscerales que les impiden ver —o no les importa— que en medio de la hoguera de sus vanidades se juega la vida de 50 millones de seres humanos, como aterran sus “principios” y su falta de hígado en los procederes que hoy estamos corroborando.
Aterra que la voluntad popular vuelva a ser apenas el pretexto de la repartija de patentes de corso para seguir esquilmando el erario. ¡Oh, elecciones, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
