Esa idea, la de la tregua a partir de hoy, no es invento de Mordisco y sus disidencias ni del ELN, por más que ahora la cacareen en medio del baño de sangre nacional; es, si acaso, evocación de los intentos de la humanidad por limitar el daño de la guerra, la madre de todos los males, y que han tenido como protagonistas a la sociedad misma, la Iglesia, los poderes y la imaginación plasmada en la literatura milenaria.
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Ya hace diez siglos exactos cundió la propuesta de suspender transitoriamente las violencias durante determinados días o períodos para morigerar la violencia entre nobles y alivianar los abusos sobre los más desprotegidos. La tregua de Dios, como se denominó, y a la que nos referimos aquí hace algún tiempo, fue complementada por otros empeños, el de La paz de Dios, que ponía límites a acciones bélicas cerca de sagreras o lugares sagrados o en celebraciones religiosas, y fueron simiente de acciones pacifistas desde entonces, de códigos de caballería, pactos, acuerdos y diversas acciones jurídicas y sociales para lidiar con esa contradicción que es humanizar la guerra.
Puso su grano de arena la ficción, desde Aristófanes en Lisístrata con la huelga de sexo a los guerreros, o de piernas cruzadas como la reclamó hace 30 años el general Bonnet, pasando por la caricaturización del combatiente en Don Quijote y las cátedras ejemplares de Tomás Moro, Erasmo o el mismo Tolstoi que calificó la guerra, como si estuviera viendo telenoticieros, como pasatiempo de gente ociosa aprovechando la odiosa mentira del amor a la patria. Y no hay que olvidar la teoría de la guerra justa de San Agustín, o los debates sobre la paz perpetua de Kant, entre otros.
Sí, quizás es tiempo de que nuestra sociedad retome su papel activo, con acciones, decisiones y elecciones, para ayudar a erradicar de veras la guerra, a tono con el cántico de Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad que creen, parafraseando a Charles De Gaulle, que la paz es un asunto demasiado serio para dejárselo a los políticos y peor aún a los guerreros. ¡Feliz Navidad!