Sería exageración decir que comenzó la campaña electoral en serio. Antes que programas y propuestas, han comenzado a aparecer actos y performances para deleite de redes, desprograme de medios y ocasión para que casi todos los (pre)candidatos que no tienen nada que hacer en las (in)justas electorales gocen de sus quince minutos de mala fama y, como en realities de canto, confirmen nuestra inveterada vocación para el ridículo.
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Sin sonrojo, los estrategas, expertos en inflar figuras como si estuviéramos en una feria de tube men, echan mano de puestas en escena imposibles para llamar la atención en esta sociedad sesgada y fraccionada en burbujas y clubes selectos, como lo vino a comprobar, sin gracia, Daniel Quintero en el conciliábulo de la Andi.
O como lo vino a saber esa suerte de sky dancer en que se ha convertido Abelardo de la Espriella, tocando a las puertas del pandemónium del Centro Democrático, al que no llegó a clasificar a pesar de su histrionismo corroncho, travestismo político, cosmética conversión religiosa y toda la silicona dialéctica para engatusar ingenuos.
O como lo dejan ver las muchas y repetidas bumper balls, esos otros inflables con que se revisten para chocar quienes crecieron creyendo que la vida es un ring y los demás, sparrings para poder hacer parte del club de la pelea que, como se sabe, se reservan tanto el derecho de agresión como de admisión.
O como quienes, expertos en micos, presentan proyectos electoreros, como ese del referendo para tumbar el proceso de paz con las FARC, con el que uno diría que sueña Uribe, si sus ojos brotados, tics y gestos no demostraran el insomnio, la peste que parece aquejarlo y cuyos dos síntomas protuberantes, según Gabo, son ausencia de sueño y pérdida de la memoria de lo que fueron sus oscuros gobiernos.
Eso sí, ellos parecen cumplir las reglas de entrada, presentes o en cuerpo ajeno, a ese otro selecto club de aspirantes a estar en el tarjetón, y que se resumen en perderle el miedo a la vergüenza, estar vacunado contra el ridículo o poseídos por el cinismo.