Todo parece indicar que la dieta ciudadana estará matizada de conejos y sapos. De los primeros, estamos conociendo sus sabores con motivo de la reforma tributaria. Una cosa era negociar futuros acuerdos antes de los grandes nombramientos. Otra es lidiar con las ambiciones clientelistas de los partidos pero especialmente de sus jefes, mientras se termina de raspar esa olla. Luego pondrán los pies en polvorosa.
Lo demuestra el creciente desacuerdo a la hora de permitir el avance de la reforma tributaria a la que paulatinamente le han ido peluqueando, en las primeras de cambio, algunas de las aspiraciones ciudadanas más esperadas, como el impuesto a las pensiones más altas o la sobretasa al impuesto de renta a empresas mineras y petroleras, en nombre de la supuesta “estabilidad” económica que parece funcionar como una olla a presión.
El temor de los que no saben de lobbies ni tienen ases bajo la manga es que termine afectando a los mismos de siempre sin que se alcancen las metas propuestas y deje, como ha sucedido en el tiempo reciente, la semilla sembrada de nuevas reformas en el corto plazo. Lo que no se apruebe en estos meses no verá la luz del día.
Pero el menú tiene ingrediente asegurado con los sapos que efectivamente tendremos que deglutir por los recientes anuncios en torno al propósito de la paz total, de la cual se quieren colgar ahora todos, a juzgar por los contactos con Don Berna y Mancuso. Está claro que, si es total, todos deben caber, pero no a cualquier precio y menos aún con el peregrino argumento de que si los denominados “desertores” del proceso de paz pueden, cualquiera puede.
Está pendiente el condimento de claridad estatal sobre el pretendido entrampamiento a Iván Márquez y la decisión de involucrarlo a él y a sus ejércitos en las huestes destinadas a los rebeldes con los cuales habrá diálogo, o si estarán bajo las reglas de sometimiento de los armados ilegales denominados no rebeldes.
En esa sazón se juega el apoyo y la digestión de los dos retos más grande del arranque del Gobierno Petro.