Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Les parecerá a algunos hasta divertido. Juegos de numerología, cartomancia e imagología. De propuestas, pocón. En esta ya larga campaña política, el objetivo de los “expertos” —que a veces no son más que saltimbanquis que van de feria en administración o en nómina de no pocos gobernantes— es tratar de acertar en algo para alardear o engatusar, según el caso.
Por eso, estos días el esfuerzo está encaminado en la recordación, la percepción o la magia del favor de los públicos que tienen la dicha de contestar encuestas. Son formas de llamar al azar o la chiripa.
Como si la voluntad popular o las necesidades y los problemas urgentes fueran asunto de agüeros o imágenes que infantilizan audiencias, por ejemplo esa de un desenfrenado advenedizo basada en un videojuego básico de internet que insulta el buen juicio de los colombianos.
Entran en juego factores como la casualidad y la mímesis de la comunicación política. Si la campañita coincide con incremento en medición de favorabilidad, salen a cobrar y la competencia a imitar; así lo muestra en internet un hilo que recoge los videos más absurdos de candidatos recientes.
Son, en cambio, pocas las voces que plantean programas sólidos que conquisten a la juventud, el comodín decisorio en los comicios de marzo, mayo y junio. Si se abstienen, seguiremos rampa abajo. Si se deciden a votar, el cambio será posible.
Entre tanto, hay aspectos que ajustar: insistir en la inscripción de cédulas, no obstante los sospechosos problemas de la web de la Registraduría. Insistir en acceso a la información pública para hacer veeduría de inscripciones, a las que no fue posible acceder, según la Misión de Observación Electoral (MOE), durante 11 meses para hacer seguimiento a trashumancias o inscripciones dudosas. Insistir en la seguridad de candidatos, líderes sociales y partidos independientes anticorrupción. Insistir en privilegiar narrativas periodísticas que antepongan propuestas al show o al maquillaje.
Insistir, si no queremos terminar, como en La lotería en Babilonia de Borges, presos de la incertidumbre y el riesgo que han hecho de nuestro destino un “infinito juego de azares”.
