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Sí, de espaldas a la realidad termina el año este país electorero que no da tregua por tantas ambiciones personales. Y lo hace a través de las simulaciones, al decir de Baudrillard, porque la política de veras no parece interesar.
Por un lado, está la simulación ramplona, la de impostación, de Vargas Lleras, como aparente melómano o respondiendo preguntas chimbas a los niños. Quiere mostrar un cambio radical, pero solo evidencia que en carisma y simpatía lo que natura no da, Salamanca no lo presta. No obstante sus magros resultados en urnas, sigue luchando contra sí mismo, contra su imagen, de la mano de lo más primitivo para convencerse de que tiene otra oportunidad sobre la tierra. Su astucia, poniendo huevos en todas las canastas –como ahora en la comisión de reforma a la justicia–, no le da para comprender que sus puestas en escena no minan la percepción de su carácter agrio y autoritario plasmado en esa inequívoca imagen decimonónica del coscorrón.
Está la terca narrativa de hiperrealidad, esto es, de virtualidad de la inubicable alcaldesa de Bogotá que atravesó oronda fronteras partidistas e ideológicas con saltos de saltimbanqui en elecciones, o con mutaciones, según conveniencia, en asuntos como el metro, Transmilenio, Ciudadela en la ALO, corredor verde, etc. Le faltó tiempo para convencernos de la ciudad imaginada que dijo entregar, muy distinta de la insegura, sucia, inmóvil, injusta y sin autoestima que deja al cabo de cuatro años a punta de sordina y regaños.
Está la simulación de la realidad paralela, la de la hecatombe uribista, de la senadora Cabal que, tras la estridencia de comienzos de año, entró en período de fatiga de sus diatribas, reducidas a X, cediendo protagonismo por saturación en los medios y escasez de argumentos. Y está la simulación fantasiosa de las izquierdas, hablando de futuro y legado sin saber conjugar el verbo realizar en presente y sin poder encarnar su retórica en candidatos factibles por física falta de materia prima.
A falta de la simulación populista, que no demora, a todos los alienta el efecto Duque porque creen que, si él pudo, a punta de apariencia, cualquiera lo puede lograr. Y a este paso, parece que va a ser así.
