A VER SI APRENDEMOS. EL ACONTEcer diario anda empecinado en enseñarnos a periodistas y audiencias la enorme diferencia que hay entre las versiones que se tomaron sin escrúpulos las redacciones y las pruebas.
Las primeras, es decir, los puntos de vista, las percepciones, construyeron realidades que no fraguaron, verdades temporales, simientes de incredulidad o de engaño.
La acusación de violador a un ciudadano de Bosa por parte de las autoridades distritales, que concitó a un cuasilinchamiento simbólico y a su detención durante dos meses, recibió toda la atención mediática, pero la prueba de ADN que demostró su inocencia pasó de agache. No ha habido mea culpa de Gobierno y medios frente a semejante despropósito.
Algo similar sucedió con el señalamiento, asumido como verdad revelada, de la presunta autoría intelectual de Santofimio en el magnicidio de Galán. Más con ánimo vindicatorio fue condenado por anticipado. Está libre y hasta que haya pruebas contundentes, esa es la situación, gústenos o no.
Ocurrió también con los rumores de que hay infiltración en los movimientos sociales, o con la versión, admitida sin ambages, en la que el Ministro Santos señaló que el guerrillero Alfonso Cano estaba herido en una mano, justo en el momento en que la credibilidad del Gobierno andaba herida de cuerpo entero.
Con pruebas, la diferencia está en los resultados, CNN demostró que la Policía sí disparó en la marcha indígena y también fueron inobjetables las circulares con las que Petro sustentó que hay una política de seguimientos contra los opositores del Gobierno.
Flaco favor le hace a la realidad la versionitis en plena época de furor de confidenciales y de “cosa política”. Esa práctica es terreno abonado para la propaganda y no puede reemplazar el previo y elemental trabajo de verificación, porque contribuye al estado de confusión interior, de verdades transitorias, de escepticismo, de ceguera colectiva, como diría Saramago: de ciegos que viendo, no ven.
A VER SI APRENDEMOS. EL ACONTEcer diario anda empecinado en enseñarnos a periodistas y audiencias la enorme diferencia que hay entre las versiones que se tomaron sin escrúpulos las redacciones y las pruebas.
Las primeras, es decir, los puntos de vista, las percepciones, construyeron realidades que no fraguaron, verdades temporales, simientes de incredulidad o de engaño.
La acusación de violador a un ciudadano de Bosa por parte de las autoridades distritales, que concitó a un cuasilinchamiento simbólico y a su detención durante dos meses, recibió toda la atención mediática, pero la prueba de ADN que demostró su inocencia pasó de agache. No ha habido mea culpa de Gobierno y medios frente a semejante despropósito.
Algo similar sucedió con el señalamiento, asumido como verdad revelada, de la presunta autoría intelectual de Santofimio en el magnicidio de Galán. Más con ánimo vindicatorio fue condenado por anticipado. Está libre y hasta que haya pruebas contundentes, esa es la situación, gústenos o no.
Ocurrió también con los rumores de que hay infiltración en los movimientos sociales, o con la versión, admitida sin ambages, en la que el Ministro Santos señaló que el guerrillero Alfonso Cano estaba herido en una mano, justo en el momento en que la credibilidad del Gobierno andaba herida de cuerpo entero.
Con pruebas, la diferencia está en los resultados, CNN demostró que la Policía sí disparó en la marcha indígena y también fueron inobjetables las circulares con las que Petro sustentó que hay una política de seguimientos contra los opositores del Gobierno.
Flaco favor le hace a la realidad la versionitis en plena época de furor de confidenciales y de “cosa política”. Esa práctica es terreno abonado para la propaganda y no puede reemplazar el previo y elemental trabajo de verificación, porque contribuye al estado de confusión interior, de verdades transitorias, de escepticismo, de ceguera colectiva, como diría Saramago: de ciegos que viendo, no ven.