Claro, hay razones por todos lados, pero parte de ser colombiano es trabajar en la fábrica nacional de miedos que provee de materia prima la densa nube de paranoia que convierte en tóxica la atmósfera social y conversacional.
Superada, para la mayoría de compatriotas, la amenaza chavista casi extinta por implosión con el fraude electoral —aunque aquí la oposición le dé respiración artificial por su incapacidad de construir otro enemigo temible—, quedan riesgos de veras, representados en inseguridad ciudadana y violencia rural que crecen al ritmo de la ineptitud de las autoridades. En Bogotá, tras ocho meses de desgobierno, creen que sofocan temores contratando más cámaras, mientras prevención, reacción y resocialización andan a la deriva.
Subsisten, forzados, en empresarios e inversionistas los pánicos por el tiempo que le queda a este gobierno, no obstante, la inviabilidad de constituyentes, proyectos de reelección muertos antes de nacer o reformas de fondo que nunca veremos.
Para colmo, ahora aparecen o reaparecen virus variopintos que retrotraen el trauma de pandemias y encierros y socavan la salud mental de cualquiera. La alerta de la OMS sobre el mpox —antes viruela del mono—, a pesar de que su baja incidencia hace innecesarias acciones de fondo, ya afecta el diálogo social, antes que, a algún ingenioso gobernante con aires de sastre, se le dé por tomar medidas.
Menos mal no se habla del muy latinoamericano y ya veterano virus del oropuche, que no tiene vacuna ni tratamiento y que ya es un problema de salud pública en Brasil, Cuba, Colombia y otros ocho países del área y que se adquiere por picadura de mosquito. O la fiebre de Mayaro, tan caribeña como el coco, que contabiliza más de mil casos leves; u otros latentes como el hantavirus, gripe aviar o dengue, entre otros. En cambio, mortíferos como bombardeos y minas antipersonal parecen odios, sesgos y supremacismos que cobran vidas por decenas cada día.
Desde afuera deben creer que nos mantenemos vivos de milagro y sanos por azar. Con tantas amenazas reales, imaginadas o inventadas, no pasaremos de ser un destino de aventura no pocas veces fatal, porque el miedo mata y aquí somos fabricantes.