No es por guayabo moral. Esta Selección cumplió en lo deportivo y humano. Pero ningún certamen reciente había legado tantas cosas negativas, o no las dejó ver, como esta caótica Copa América.
Eso tiene el fútbol que despierta tantos demonios en esa catarsis sin nombre con visos de desdoblamiento. Pero lo visto en las instancias finales sobrepasa la comprensión de nuestra condición humana que convierte juegos en batallas y partidos en disculpas para animalizarse sin dignidad.
Basta reseñar el vergonzoso comportamiento violento y criminal de compatriotas para ingresar sin pago al estadio de Miami, con riesgo de sus vidas y pasando por encima de los demás, de sus derechos y de las normas de convivencia. Si el más alto directivo del fútbol colombiano se vio implicado, ¿Qué más se puede esperar del resto de mortales, decididos a serlo más en una justa deportiva? Como es absurda también la resolución de diferencias de gusto o afición con agresiones o destrucción de escenarios.
Es talante latino, como lo supieron los uruguayos, malos perdedores y peores ciudadanos arremetiendo contra espectadores para desfogar frustraciones; o su técnico que, con retóricas extemporáneas, quiso justificar actuaciones criminales de sus dirigidos; o jugadores variopintos capaces de mentir o engañar en una jugada o inculpar adversarios; para no hablar de árbitros en contextos de montos exorbitantes de dinero y apuestas legales o clandestinas.
¿Qué pasa por la cabeza de un aficionado que, para vivir la experiencia de un partido, tiene que subirse con riesgo a árboles o construcciones, arrojar licor o espuma a desconocidos o agredirlos con palabras o ruidos? Y peor aún, para quitarles la vida en riñas estúpidas como sucedió en por lo menos cinco casos en Bogotá.
Por eso, no se entienden propuestas inconvenientes de días cívicos u oportunismos para negarlos, pero si arrogarse el derecho de ir al estadio como el alcalde de Cartagena; ni los disturbios en Soacha, ni la inseguridad en lugares concurridos y, mucho menos, ese terrible rostro de ciudadanos desencajados por emociones sin control.
Estos hechos, en cambio, dan para agradecer que no se alcancen títulos, no se organicen aquí eventos y pedirles a esos “endemoniados” que se vayan con su locura a otra parte.