ESTÁN DE MALAS. TRAS CINCO AÑOS del cacareado crecimiento económico parecía que por fin había llegado la hora de que en la agenda pública aparecieran las necesidades urgentes de los más de 20 millones de colombianos pobres, que bien podrían ser veinticuatro, dependiendo de quién los cuente.
Facilitaba la expectativa el caldeado ambiente social, el llamado angustioso de diversos organismos y la saturación por sobreexposición de temas como el referendo, la reelección, el conflicto interno y las reformas política y judicial.
Incluso, como lo ha dicho en los últimos seis años, hubo hace unos días luz al final del túnel cuando el presidente Uribe dijo que ahora sí iba a anteponer la inversión social al equilibrio fiscal; aunque no fue posible establecer si era un propósito, un pretexto o una advertencia.
Pero el círculo de factores adversos se cerró: los precios de los alimentos, según el BID, se incrementaron en 68% en los dos últimos años; se acentuó la desaceleración, vino la debacle en los mercados, creció el desempleo, arreció el invierno que tiene más de 150 mil afectados y se disparó la inflación; fenómenos agravados por la ausencia, incapacidad o distracciones judiciales, o todas las anteriores, de los ministros de Agricultura, Transporte y Protección Social. Los males son vienen solos.
Los efectos no se han hecho esperar. Los organismos internacionales calculan que la crisis dejará 26 millones de latinoamericanos en pobreza extrema. La Cepal dice que el nuestro es el único país que empeoró los niveles de desigualdad. Otra cosa dirá el DANE que estrena metodología pero midió cuando había expansión. Esas cifras serán al tiempo que optimistas, obsoletas.
Por eso resulta oportuna la campaña de sensibilización de la ONU, por estos días, en procura de erradicar la pobreza. No sólo de la guerra y del gasto fiscal viven el país y los medios. Los pobres también existen. Ni que fueran los más de malas.
ESTÁN DE MALAS. TRAS CINCO AÑOS del cacareado crecimiento económico parecía que por fin había llegado la hora de que en la agenda pública aparecieran las necesidades urgentes de los más de 20 millones de colombianos pobres, que bien podrían ser veinticuatro, dependiendo de quién los cuente.
Facilitaba la expectativa el caldeado ambiente social, el llamado angustioso de diversos organismos y la saturación por sobreexposición de temas como el referendo, la reelección, el conflicto interno y las reformas política y judicial.
Incluso, como lo ha dicho en los últimos seis años, hubo hace unos días luz al final del túnel cuando el presidente Uribe dijo que ahora sí iba a anteponer la inversión social al equilibrio fiscal; aunque no fue posible establecer si era un propósito, un pretexto o una advertencia.
Pero el círculo de factores adversos se cerró: los precios de los alimentos, según el BID, se incrementaron en 68% en los dos últimos años; se acentuó la desaceleración, vino la debacle en los mercados, creció el desempleo, arreció el invierno que tiene más de 150 mil afectados y se disparó la inflación; fenómenos agravados por la ausencia, incapacidad o distracciones judiciales, o todas las anteriores, de los ministros de Agricultura, Transporte y Protección Social. Los males son vienen solos.
Los efectos no se han hecho esperar. Los organismos internacionales calculan que la crisis dejará 26 millones de latinoamericanos en pobreza extrema. La Cepal dice que el nuestro es el único país que empeoró los niveles de desigualdad. Otra cosa dirá el DANE que estrena metodología pero midió cuando había expansión. Esas cifras serán al tiempo que optimistas, obsoletas.
Por eso resulta oportuna la campaña de sensibilización de la ONU, por estos días, en procura de erradicar la pobreza. No sólo de la guerra y del gasto fiscal viven el país y los medios. Los pobres también existen. Ni que fueran los más de malas.