Se han vuelto tan aburridos los debates electorales, que a los candidatos no les debería dar pena decir que no van por pereza. Sabido es que no inciden en el voto indeciso, esencialmente de opinión, que es una decisión un poco más seria como para dejársela a una puesta en escena de la que nadie parece convencido.
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A falta de propuestas creativas, ha tocado “soportar” los susodichos debates en formatos variopintos, como parte del ritual político televisado en Colombia desde hace 37 años y más de seis décadas en el mundo, cuando a alguien se le ocurrió implantarlos en nombre de la democracia, la transparencia y la libertad de expresión, así poco tengan que ver con ellas.
Primero, porque confunden repentismo con idoneidad; segundo, porque anteponen habilidades expresivas audiovisuales, distantes de las requeridas para gobernar; tercero, porque han terminado en acomodo y conveniencia, en respuestas y poses que nadie cree, ni los mismos candidatos en su pobreza actoral.
En cambio, sí es mucho lo que exponen al candidato a errores, caídas o trampas que alguna vez fueron entretenidas, pero dejaron de serlo cuando entraron al museo de la infamia, la calumnia y el odio, y sobre todo cuando los efectos de votar por el carisma o el registro, como en los casos de Pastrana y Duque, fueron catastróficos para el país. Para colmo, nos tocó una generación de políticos desangelados y sin atributos, que espantan a la primera respuesta.
Quedamos, en lo comunicativo, a expensas cada vez más de las encuestas (muy pocas de las cuales son rigurosas), anuncios de adhesiones, exposiciones públicas sobredimensionadas por medios amigos, contenidos publicitarios de propaganda y especialmente de contrapropaganda, más empeñada en señalar por quién no votar que en ganar adeptos.
Como se ve, muy poca democracia y transparencia. En cambio, los verdaderos electores, es decir, manzanillos, contratistas, violentos, donadores anónimos, gobernantes que intervienen en política, validos todos de desinformación, se frotan las manos en estas regionales, cuando, contra todos los pronósticos, recobra vida la politiquería tradicional y celebran que el cambio no fue.