La nuestra era una democracia incipiente, en estado de procuración, hasta ahora que ha comenzado a conjugar el verbo alternar. Cuidar esa acción política es la base que nos permitirá madurar como país, pero especialmente dar el salto del Estado premoderno que éramos a una nación vibrante que dirime sus diferencias, como acaba de suceder, en las urnas y mediante mayorías.
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Alternar significa dejar abiertas puertas para la voluntad popular, con lo que se comprometió en campaña el flamante gobierno. Pero es también exigencia para quienes quieran encarnar la oposición. Dejar gobernar con el necesario control impedirá el ejercicio del poder desde los extremos.
La vieja clase política, tras la cual se esconde una rancia clase social que solo entiende de privilegios, no puede partir de arrinconar o impedir el mandato popular con la única enseña de recuperar el poder en cuatro años. Si no aprovechan para cambiar, se quedarán viendo, como en Bogotá, la sucesión de mandatarios ajenos a sus intereses.
Sin líder creíble han comenzado mal. Seguir en la obcecación del extremismo irracional de la Cabal y Gómez o la vociferación inmadura de Uribe Turbay los visibiliza en redes, pero los aleja de la realpolitik.
La paradoja es que solo las tendencias al centro, derrotadas y casi borradas en campaña, pueden comenzar a recomponer la reconciliación que anuncia Petro y la colaboración crítica que promete la derecha.
En ambos lados se requieren voces maduras y contemporizadoras que ayuden a lidiar con las decisiones urgentes y que equilibren el balancín en los demás aspectos.
Hace bien el silencio, ojalá permanente, de uribes, pastranas y gavirias que fracasaron de cabo a rabo como arietes de distanciamiento, enemistad y polarización.
Pretender un país yendo en una sola dirección no solo es utópico, sino inconveniente. Lo sabe Petro en sus toldas, donde no hubo voto uniforme ni gratuito de juventudes, minorías, comunidades y movimientos sociales. No se resignarán si falla. Es su última esperanza.
Pero lo deben tener en cuenta los que se creyeron irreemplazables sin entender que la democracia se consuma en la alternancia y que cambiar de gobernantes no es la hecatombe que tantas veces anunciaron.