Álvaro Uribe y María Fernanda Cabal, cada uno por su lado y por distintas razones, ya saben de la infalibilidad de la ley de Murphy 2.0 que dictamina en estos tiempos convulsos que, si algo puede salir mal, saldrá peor. Tanto manoseo a las reglas para la escogencia de candidato, en un partido que fue más un redil, debía terminar con estupor, insatisfacción, frustración y hasta desconfianza de los métodos en las huestes propias y extrañas y que ya había ocasionado el desistimiento de una encuestadora extranjera.
Como sea, las dichosas encuestas internas, sobre las cuales la Cabal pide claridad, dizque determinaron que la candidata elegida es Paloma Valencia, la misma del 1,1 % en el puesto 14 de la reciente encuesta Invamer, con una bajísima votación en las últimas legislativas (63.062 votos le dieron el puesto séptimo en su partido frente a 196.865 que colocaron de segunda a María Fernanda Cabal), con una enorme falta de visibilidad ya que solo uno de cada tres colombianos la conoce y, lo más grave, dobla en desfavorabilidad su escasa imagen positiva. El colofón en el acta, si operase la realpolitik, debería decir nada que hacer.
Pero aparte de esa duda metódica de la Cabal, que cuestiona entre líneas los manejos internos del partido, no fue posible en estos meses establecer diferencias entre las tres finalistas que adoptaron como estrategia los insultos y vociferaciones para ocultar su enorme candidez frente a los asuntos públicos, como se puede constatar en el reciente “debate” del 9 de diciembre en Noticias RCN. Nada que añadir.
Un pobre plante que, más que un candidato, parece buscar una interpuesta persona sin criterio ni voluntad propias más allá del capricho expresidencial. Y, en el menos malo de los casos, aspira a una boleta de entrada a una consulta interpartidista, con la que ahora parecen no estar de acuerdo por física sustracción de materia, o a otra encuesta con todas las prevenciones que pueda despertar.
Mientras, serán necesarios protectores auditivos frente a la estridencia discursiva de la candidata en sus momentos explosivos intermitentes, y alertas para no dejarse confundir, como sucedió hace 60 años, cuando a punta de intervencionismo y pacificación, nos prometieron este futuro que hoy padecemos.