Ese es el problema. Como en la lógica filosófica, en Latinoamérica enfrentamos la realidad con base en dilemas, seguidos de una conclusión casi siempre paradójica. Dicho en lenguaje coloquial, con cara perdemos y con sello ganan otros.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Ese es el problema. Como en la lógica filosófica, en Latinoamérica enfrentamos la realidad con base en dilemas, seguidos de una conclusión casi siempre paradójica. Dicho en lenguaje coloquial, con cara perdemos y con sello ganan otros.
No es sino mirar la dolorosa situación boliviana. Frente a la disyuntiva de un caudillo dispuesto a eternizarse en el poder, el mismo sueño dictatorial de la megalomanía que por aquí se da silvestre, brota la fuerza del golpe militar escondida en la eufemística presión para que deje el poder; aunque el mono se vista de seda… Mientras tanto la población, única víctima, sigue en ascuas.
En las mismas anda Venezuela con su utópico cerco militar para derrocar a un tirano y poner en su lugar a un presidente de utilería. O Cuba, que oscila como un péndulo entre el régimen antidemocrático de seis décadas o volver a ser lo que una vez fue, un apéndice vergonzante, que es otra forma de no-ser.
El dilema no puede ser: de dos males, el menor, en tanto que cada cuerno del dilema connota a su vez otro dilema y así, indefinidamente, sin que la conclusión cambie, esto es, que los ciudadanos paguen los platos rotos.
Igual pasa en el contaminado ambiente colombiano que debe dirimir casi siempre, como alguna vez lo plasmó Mockus, entre el sida y la hepatitis, como lo plantean los verseros que sabemos, que inventan apocalipsis y hecatombes en cada marcha y elección si el dilema no se resuelve a su favor.
No, la disyuntiva no es, como plantea el uribismo, mermelada vs. ingobernabilidad, si en medio no hay líderes con madera o mentores con transparencia. El hastío de la población no se compra ni se calma con lentejas, cupos indicativos o auxilios parlamentarios.
La disyuntiva no puede ser de extremas presas del delirio, ni de partidos vs. movimientos “independientes” que terminen en lo mismo, ni encuestas erráticas vs. ignorancia de las corrientes de opinión.
Por eso el pregonar en las calles, las movilizaciones democráticas y las protestas pacíficas: si no cambian de veras, los van a cambiar, legalmente, pero sin más dilemas.
www.mariomorales.info y @marioemorales