Es verdad, solo hay ruido. La hojarasca de la campaña demuestra lo obsoleto del sistema electoral, no solo por lo ineficiente, sino porque perpetúa las brechas de cultura traqueta que corre por nuestras venas. La tiranía del billete, el salto en la fila, el soborno, el chantaje de fake news y la pretendida popularidad como estrategias de propaganda han antepuesto, ya sin recato, la rapiña de intereses personales al viejo sueño de servicio de los cargos de elección popular.
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A los decálogos programáticos con valores democráticos los ha reemplazado el verbo sonar en todas sus acepciones. La contienda para la conformación de listas y candidaturas solo tuvo el frágil tamiz de la visibilidad en el ciberespacio, aun sin tener en cuenta porcentajes altos de desfavorabilidad.
Se normalizó en los debates exhibir por todo argumento la posesión de “cuentas robustas” en redes sociales, no obstante la contabilización de numerosos usuarios anónimos, inactivos y quizás inexistentes en el mundo de carne y hueso, pero que hacen bulto en la dictadura de las métricas.
Hay que sonar en las tendencias diarias, es la precaria orden, sin escrúpulos, de los estrategas de comunicación política, a sabiendas de que ese es el pasto que comen sin masticar las versiones digitales de los medios de comunicación y luego pasan sin filtro a las ediciones o emisiones centrales.
Hay que sonar en las encuestas, así haya que inventar las encuestas o a los que hacen las encuestas, como sucedió este fin de semana.
Hay que sonar, así sea con mentiras, como esa del crecimiento económico que cacarea el presidente Duque para tratar de alivianar el fardo que pone a los candidatos de su partido y bancada.
Hay que hacer sonar conspiraciones con nombres propios y que retumben como un eco automático para que nadie tenga tiempo de pensar.
Hay que sonar dicen los criminales, sin razón y sin mensaje, a punta de bombazos, atentados y asesinatos.
Sin darnos cuenta, pasamos del derecho al bostezo general a esta ansiedad a punta sordina de insultos, montajes y shows baratos. Se recicla el círculo vicioso. Ruido y furia para este drama imperfecto.