HACE FALTA MÁS QUE UNA CONversación para que un colega extranjero pueda comenzar a entender el país que vivimos. No es fácil convencerlo de que no todo es realismo mágico, así lo parezca, ni mamagallismo venido a menos.
Uno se ve a gatas para explicarle por qué aquí los condenados por parapolítica tienen detención domiciliaria o salen libres porque son cabeza de familia, porque “su presencia es benéfica para su familia” o porque de manera simultánea trabajaron, estudiaron y tuvieron vida social en las cárceles para obtener rebajas y pagar penas irrisorias, so pretexto de que no son un peligro para la sociedad (!). Dentro de poco no quedará nadie en las cárceles.
No es fácil argumentarle cómo hace la fuerza pública para determinar en el mismo momento de su ocurrencia, la autoría de un atentado como el de Neiva, con visita en vivo y en directo y la inveterada diatriba incluida, del presidente Uribe y del ministro Santos, a diferencia del silencio oficial en relación con lo que viene sucediendo en Nariño, Medellín y Cesar.
O hacerle comprender por qué el ministro de Agricultura, haciendo gala del lenguaje del sector, hace política de forma descarada y en vez de un pliego de cargos recibe la atención de los medios.
O hacerle claridad sobre la forma en que desaparecen y luego reaparecen diez campesinos en el meta, dizque como escudos o como mensajeros o como secuestrados de la guerrilla o…
O señalarle que son casos aislados las denuncias de alianzas de oficiales de la fuerza pública con la guerrilla, como denuncia Semana; con paras o con narcos, para combatir la ilegalidad con la excusa de la presión por resultados.
O traducirle el lenguaje presidencial con respecto al pago de recompensas y libertad en el exterior para guerrilleros que deserten, entreguen secuestrados o secuestradores, éstos vivos o muertos: “…No es indulto ni amnistía ni impunidad…” (o, como diría la señorita Antioquia, del mismo modo, todo lo contrario).
Con razón el auge de documentales, enviados y programas especiales a nuestro país. Les debemos parecer, por lo menos, un mundo raro.
HACE FALTA MÁS QUE UNA CONversación para que un colega extranjero pueda comenzar a entender el país que vivimos. No es fácil convencerlo de que no todo es realismo mágico, así lo parezca, ni mamagallismo venido a menos.
Uno se ve a gatas para explicarle por qué aquí los condenados por parapolítica tienen detención domiciliaria o salen libres porque son cabeza de familia, porque “su presencia es benéfica para su familia” o porque de manera simultánea trabajaron, estudiaron y tuvieron vida social en las cárceles para obtener rebajas y pagar penas irrisorias, so pretexto de que no son un peligro para la sociedad (!). Dentro de poco no quedará nadie en las cárceles.
No es fácil argumentarle cómo hace la fuerza pública para determinar en el mismo momento de su ocurrencia, la autoría de un atentado como el de Neiva, con visita en vivo y en directo y la inveterada diatriba incluida, del presidente Uribe y del ministro Santos, a diferencia del silencio oficial en relación con lo que viene sucediendo en Nariño, Medellín y Cesar.
O hacerle comprender por qué el ministro de Agricultura, haciendo gala del lenguaje del sector, hace política de forma descarada y en vez de un pliego de cargos recibe la atención de los medios.
O hacerle claridad sobre la forma en que desaparecen y luego reaparecen diez campesinos en el meta, dizque como escudos o como mensajeros o como secuestrados de la guerrilla o…
O señalarle que son casos aislados las denuncias de alianzas de oficiales de la fuerza pública con la guerrilla, como denuncia Semana; con paras o con narcos, para combatir la ilegalidad con la excusa de la presión por resultados.
O traducirle el lenguaje presidencial con respecto al pago de recompensas y libertad en el exterior para guerrilleros que deserten, entreguen secuestrados o secuestradores, éstos vivos o muertos: “…No es indulto ni amnistía ni impunidad…” (o, como diría la señorita Antioquia, del mismo modo, todo lo contrario).
Con razón el auge de documentales, enviados y programas especiales a nuestro país. Les debemos parecer, por lo menos, un mundo raro.