Puso a temblar la estantería la columna de Alberto Donadio sobre el presunto papel del gobierno Barco en el exterminio de la Unión Patriótica. No solo porque cuestiona la historia oficial, con sus implicaciones, sino también por la forma de hacerlo, fundamentado en el decir de una fuente anónima.
Quienes lo defienden y lo atacan han utilizado, hasta ahora, la misma estrategia narrativa: su propia versión, a manera de testimonio, y su propia palabra como toda prueba. Unos y otros acuden a la credibilidad fundamentados en su “cercanía” personal o laboral, pero no salen de esa invocación a confiar en lo que la tradición ha convertido en meme: “Yo sé por qué se los digo”.
Claro, lo ideal sería la prueba y la verificación. Documentar para argumentar y, más que eso, para aseverar. Ese es el paraíso del periodismo y el derecho, por supuesto que no de la política. Es la esencia del trabajo para acercarse a la realidad y, en el mejor de los casos, a la verdad.
Pero apelar al argumento de autoridad para generar credibilidad no parece justo con los ciudadanos, como lo sabemos periodistas y abogados. Otra cosa es acudir a la testimonialidad, confesiones, delaciones y otras formas de decir, si quienes hablan han superado la prueba ácida de veracidad.
Y no es justo, porque con ese mismo argumento, impregnado de resbalosa confidencialidad, nos quieren engrupir con los contratos de vacunación contra el COVID-19. Sin sonrojarse piden, a pesar de incongruencias y contradicciones, que confiemos. ¡Imagínense!
Lo mismo está pasando con quienes están detrás de esas negociaciones, con los presuntos acercamientos entre el Eln que afirma y el Gobierno que, como es costumbre, niega para luego “patrasearse”.
Será siempre un lugar gris querer contar lo que vimos o lo que nos cuentan off the record sin tener pruebas. Por eso existen secciones rosas y pasillos del rumor con altoparlante que reemplazan el trabajo probatorio.
Flaco favor hacen a las audiencias las versiones, percepciones y declaraciones, no solo por lo peregrinas sino porque minan eso que invocan: la credibilidad en el periodismo, la justicia y el Estado.
Puso a temblar la estantería la columna de Alberto Donadio sobre el presunto papel del gobierno Barco en el exterminio de la Unión Patriótica. No solo porque cuestiona la historia oficial, con sus implicaciones, sino también por la forma de hacerlo, fundamentado en el decir de una fuente anónima.
Quienes lo defienden y lo atacan han utilizado, hasta ahora, la misma estrategia narrativa: su propia versión, a manera de testimonio, y su propia palabra como toda prueba. Unos y otros acuden a la credibilidad fundamentados en su “cercanía” personal o laboral, pero no salen de esa invocación a confiar en lo que la tradición ha convertido en meme: “Yo sé por qué se los digo”.
Claro, lo ideal sería la prueba y la verificación. Documentar para argumentar y, más que eso, para aseverar. Ese es el paraíso del periodismo y el derecho, por supuesto que no de la política. Es la esencia del trabajo para acercarse a la realidad y, en el mejor de los casos, a la verdad.
Pero apelar al argumento de autoridad para generar credibilidad no parece justo con los ciudadanos, como lo sabemos periodistas y abogados. Otra cosa es acudir a la testimonialidad, confesiones, delaciones y otras formas de decir, si quienes hablan han superado la prueba ácida de veracidad.
Y no es justo, porque con ese mismo argumento, impregnado de resbalosa confidencialidad, nos quieren engrupir con los contratos de vacunación contra el COVID-19. Sin sonrojarse piden, a pesar de incongruencias y contradicciones, que confiemos. ¡Imagínense!
Lo mismo está pasando con quienes están detrás de esas negociaciones, con los presuntos acercamientos entre el Eln que afirma y el Gobierno que, como es costumbre, niega para luego “patrasearse”.
Será siempre un lugar gris querer contar lo que vimos o lo que nos cuentan off the record sin tener pruebas. Por eso existen secciones rosas y pasillos del rumor con altoparlante que reemplazan el trabajo probatorio.
Flaco favor hacen a las audiencias las versiones, percepciones y declaraciones, no solo por lo peregrinas sino porque minan eso que invocan: la credibilidad en el periodismo, la justicia y el Estado.