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Ayudar a otros, para mi prima

Martín Jaramillo
14 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.
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Los economistas no solo somos amargados cuando se trata de hablar de “derechos” económicos y subsidios a cosas bonachonas, también logramos ser una gran molestia inclusive cuando hablamos de donaciones desinteresadas.

A juzgar por los estereotipos, diría uno que los economistas no tienen alma. Pero eso no es cierto, desde los tiempos de Adam Smith los economistas sabemos que donar y ayudar a otros hace parte de la naturaleza humana. Y también vamos más allá, no sólo pensamos por qué ayudamos a otros, sino en las consecuencias de hacerlo.

El otro día iba con mi prima de 10 años cuando un amable señor, acompañado de su hija bebé, nos pidió una ayuda en un semáforo. La bebé logró conmover a mi prima y consiguió que les diéramos una ayuda. Mi prima y yo siempre hemos pensado que es un deber moral ayudar a los necesitados, pero como economistas estamos obligados a pensar también en los incentivos y las consecuencias.

—¿Crees que haces bien? —le dije a mi prima.

—¿Ayudando al señor? Sin duda.

—Prima, ¿has pensado en los efectos de esa ayuda a largo plazo?

Una ayuda no es solo una transferencia de recursos de una persona a otra, también es un incentivo. Si damos plata a quienes piden en compañía de niños pequeños, no solo les daríamos dinero, sino también un incentivo más para que sus labores estén acompañadas de niños pequeños. ¿Eso es lo que queremos?

La ayuda a otros ha causado mucho daño cuando se entrega mal. En Kenia, por ejemplo, muchos turistas creen ayudar a los niños cuando les regalan dulces que ven en la carretera, pero lo único que hacen es alimentar su ego (y su cuenta de Instagram), mientras que afectan a las comunidades. Los niños quedan con graves problemas dentales y de salud cuando lo poco que comen son dulces. El problema del paternalismo no es solo de los gobiernos: un liberal debe saber que es difícil pretender decirles a otros qué es lo que ellos necesitan.

En India, por su parte, el mercado de la mendicidad ha estado capturado por redes de mafias y de crimen organizado. Se han descubierto casos de gente que se amputa extremidades o se causa daño a sí misma buscando generar más compasión y ganar más dinero. Estas aberraciones morales son financiadas, en gran medida, por personas de buen corazón que solo quieren ayudar y por desconocimiento lo hacen mal.

En Colombia, si donamos en Transmilenio generamos un incentivo para que haya más personas pidiendo dinero allí y reducimos los incentivos al trabajo productivo. Si donamos a organizaciones más interesadas en mercadeo que en la ayuda, incentivaremos grandes campañas y pocos resultados, y si donamos a quienes tienen un niño entre brazos, difícilmente podremos esperar un mundo con menos niños acompañando a quienes piden limosnas.

El economista Friedrich August von Hayek decía que los gobiernos pecaban por su “fatal arrogancia” al pensar que podían dirigir el mundo solo con sus buenas intenciones. La caridad privada puede ayudar a solucionar muchos problemas que el Estado no logra resolver, pero no se puede ayudar cayendo en la misma “fatal arrogancia” en la que caen los políticos.

Para reducir la pobreza y ayudar a otros no basta con repartir billetes ni con hablar de cuánto nos importan los otros: no vamos a combatir los errores de los políticos comportándonos como políticos con el electorado de la vanidad y las redes sociales. También hay que pensar en las consecuencias y elegir bien no sólo qué cambio quiere uno, sino qué tipo de acciones quiere incentivar.

Nota. Yo, por ejemplo, prefiero donar a causas que benefician a personas pobres y con gran potencial. Mi elección de este año para ayudar a otros es el programa “Pa’lante Caribe”: los invito a revisarla.

@tinojaramillo

martin.jaramillo@email.shc.edu

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