Yo soy de los que piensa que a veces somos un poco duros con los políticos. Ellos, como todos, quieren resolver problemas, ser importantes y, necesariamente, ganar votos. Las propuestas populistas que les dan votos fáciles, como la de regular los precios de los tiquetes aéreos, pueden tener las mejores intenciones, pero sus consecuencias son nefastas.
A nadie le gusta pagar $500.000 por un vuelo nacional cuando tiene que viajar a último minuto. Las personas recuerdan, con toda razón, que un tiquete a Miami puede costar lo mismo si se compra con tiempo.
- Eso es infame – Me decía mi prima de 10 años - ¿Cómo es que no han regulado eso?
- ¿Por qué? – Le pregunté.
- Porque no es justo que cobren precios tan diferentes por el mismo servicio.
- A simple vista parece una injusticia, eso es, como diría Bastiat, lo que se ve. Sin embargo, cuando uno entiende cómo funcionan los costos, uno es capaz de entender aquello “que no se ve” inicialmente.
El modelo de negocio que ha permitido que haya más pasajeros y más frecuencias es el que tiene una mezcla de tiquetes baratos y caros que permiten no solo llenar el avión y cubrir costos fijos, sino dejar una ganancia para las aerolíneas.
- Pero, primo, ese es el problema, las aerolíneas nos cobran mucho y se enriquecen.
- Eso no es cierto, Prima. El precio promedio de los vuelos sigue siendo muy bajo. De hecho, el margen de ganancia en Colombia está entre el 4% y el 8%; es posible que la panadería de la esquina opere con márgenes más altos.
- No entiendo, entonces. ¿Por qué el margen es bajo cuando precios son tan altos?
Por su parte, las personas tienen libertad para escoger cuál opción les conviene más y qué precio prefieren; si prefieren comprar con anticipación y en días de poca demanda, o si prefieren pagar más y no tener que planear con anticipación ni tener que ajustarse a los horarios económicos.
Si la regulación de los precios prohíbe cobrar más de lo “justo” (justo en la opinión de un político ignorante), y se limita -digamos- en $250.000, la aerolínea de nuestro ejemplo tendrá que subir el precio del tiquete cuando la demanda es baja con la esperanza de no perder clientes; esto haría que las “promociones” sean peores (afectando a los de menos recursos) y que muchas rutas dejen de ser rentables.
La regulación terminaría afectando a los usuarios, especialmente a los más necesitados que son más sensibles al precio. Tendríamos menos rutas, menos competitividad, menos opciones de precios y menos libertad. Lo que necesitamos es que el Estado no restrinja más la competencia internacional, adoptando una política irrestricta de cielos abiertos. También es necesaria una drástica reducción de impuestos en esta industria asfixiada por ellos.
Los que quieren regulación piden más Estado; mi prima y yo creemos que necesitamos menos.
Martin.jaramillo@email.shc.edu