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Colombia es un país que tiene muchas cosas por mejorar, pero de lo que uno no se puede quejar es de las oportunidades que nos ofrece a sus ciudadanos para aprender de política pública de manera empírica.
Son muchos los expertos fiscales colombianos que se han formado en los debates tributarios casi anuales fruto de nuestras rutinarias reformas. Son muchos los que saben del sistema de salud, porque cada tanto tiempo llega alguien con la gran idea de implosionarlo y reemplazarlo por algún embeleco sacado de un cuento de hadas. Eso sí, el mejor conocimiento que nos da la opinión pública colombiana —y gratis— viene de la filosofía política.
Para entender los argumentos filosóficos del pensamiento libertario en Colombia no hace falta leer a Friedman ni a Hayek; tampoco es necesario bajarse las 1.500 páginas del libro La acción humana, de Mises. Tan solo basta con escuchar al Partido Verde, al Polo o al Pacto Histórico defender los privilegios de sus amigos.
La última en explicarnos los beneficios del liberalismo clásico fue Angélica Lozano. La congresista, que para atacar las exenciones tributarias de Duque decía que eran poco más que “privilegios” y “piñatas” clientelistas fruto del amiguismo, salió esta semana a decir que proponía perpetuar las prerrogativas que han tenido los actores de cine.
Cuando se trataba de exenciones para otros, eran “regalazos tributarios para los aliados poderosos”. Cuando los aliados que piden privilegios ahora son los suyos, ahí sí ya no son regalazos sino “incentivos” determinantes para el avance de ese sector, para la creación de empleos y para la inversión nacional y extranjera. Exenciones tributarias sí, pero solo cuando es ella quien las tramita.
Lo que es cierto es que todas las industrias necesitan impuestos competitivos para desarrollarse, generar empleos y atraer inversión: eso es precisamente lo que ha señalado la filosofía liberal. Los congresistas conocen muy bien la filosofía política: son libertarios para defender su propio sector a costillas del resto, keynesianos para pedir gasto financiado por el resto.
Infortunadamente, Lozano no es la única. Los líderes del paro estudiantil, mientras marchaban en pro de la “justicia social” en 2019, lograron un golazo para favorecer tributariamente a los profesores más adinerados de universidad pública a costillas del resto de contribuyentes. La reforma tributaria de ese entonces les subía los impuestos a todos los colombianos de altos ingresos, a todos los ciudadanos que ganaran más de $21 millones mensuales. ¡A que no adivinan quiénes fueron la única excepción!
Sí, de ese impuesto para ricos quedan exceptuados los profesores de universidad pública de altos salarios. ¿Qué argumentos usó Jennifer Pedraza para justificarse? Argumentos libertarios. Dijeron que sí, pero que los impuestos aumentarían mucho, que por qué mejor no buscaban plata en otro lado, que los profesores de ingresos anuales de $250 millones tienen muchos gastos y están muy sobrecargados. De nuevo, liberales a la hora de pagar impuestos, socialdemócratas a la hora de pedir subsidios.
Justicia social sí, por supuesto, pero que la paguen otros.
Estos no son casos aislados. Ya estuvo Agmeth Escaf repasando los argumentos libertarios para defender las exenciones al cine, igual que Gustavo Bolívar. Una médica del Pacto Histórico usó argumentos libertarios del esfuerzo personal para pedir una exención a los impuestos de renta a salarios de más de $10 millones en personal de salud. Claudia Morales se volvió libertaria para pedir alivios tributarios a las editoriales y los del Polo, que no se quedaron atrás, lo hicieron para defender los privilegios de los maestros con los que marchan.
Para pagar menos impuestos, conocen y enseñan el liberalismo clásico mejor que nadie. Ahora solo falta aplicarlo al resto de industrias. Si lo logramos, hasta de pronto nos volvemos un país competitivo.
