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Los villanos de las etiquetas saludables

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Martín Jaramillo
03 de diciembre de 2022 - 05:00 a. m.
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Un objetivo común de todos los actores de la sociedad —los consumidores, las marcas y los gobiernos— es tener consumidores conscientes que puedan contar con mejor información para tomar decisiones acordes al proyecto de vida que cada uno quiera tener. La tabla nutricional que usamos hoy en día para informarnos de los alimentos no ha cumplido esa función cabalmente y por eso Colombia, desde hace unos años, ha venido debatiendo sobre la necesidad de mejorarla.

Los jueces de los tribunales están discutiendo nimiedades: que si el sello es circular o que si es octagonal, que si el tipo de letra es Arial o no es Arial, que si se usa la frase “alto en azúcar” o “exceso de azúcar”, como si el proceso mediante el cual los consumidores tomamos decisiones fuese alguna una particular leguleyada. Como dicen por ahí, parece chiste, pero es anécdota.

Para entender este cuento es ilustrativo ver la experiencia internacional. En Chile, por ejemplo, unos investigadores tomaron datos de registro del supermercado Walmart y encontraron varias de las respuestas a las preguntas que nos debemos hacer como sociedad. Por ejemplo, el etiquetado funcionó para que se consumieran más cereales con poca azúcar en lugar de otros menos saludables, pero funcionó poco para cambiar los patrones de consumo entre Coca-Cola con azúcar y la Coca-Cola Zero.

Esto nos deja dos lecciones puntuales. Primero, que un etiquetado que informa mejor a las personas es útil para cambiar los patrones de consumo, sin encarecerles los alimentos a los consumidores. Segundo, que la gente no es boba: las pretensiones paternalistas que sugieren que el consumidor siempre compra productos por ignorancia no es más que un mito. La gente, aun sabiendo que algunas gaseosas son altas en azúcar (y sabiendo que el agua moja), igual decide consumirlas voluntariamente de vez en cuando.

Con el etiquetado, la gente redujo el consumo de los productos cuyo contenido no entendía muy bien (como por ejemplo las granolas azucaradas) y empezó a consumir sus alternativas de menos azúcar. A su vez, el mercado cambió la composición de muchos productos para ofrecer alternativas con mejores ingredientes. Ganan los consumidores, gana la salud pública y ganan las empresas que son innovadoras al recomponer sus fórmulas para ofrecer un producto del interés de los consumidores.

Por eso, en Colombia se implementó la Resolución 810 de 2021. Por muchas críticas que puede tener, es una resolución que se discutió con los consumidores, con la industria, con las ONG y con la academia. Les dio tiempo a las empresas de adaptarse, de reformular y de repensar sus estrategias. Las empresas grandes, con mayor capacidad de absorber los costos, ya la están implementando por voluntad propia. ¡Por fin empezamos a tener sellos en Colombia!

Como si la dicha no fuese merecida, ahora a todos les dio por patear el tablero, afectando a los consumidores, a los empresarios y a la innovación saludable.

Los jueces decidieron atropellar meses de discusiones imponiendo sus pretensiones inocuas, pero el Ministerio de Salud propone algo todavía peor. Después de liderar un proceso de buenas prácticas regulatorias que llevó a la Resolución 810, ahora salió con la propuesta de cambiar todas las normas que se discutieron y que se están implementando, para optar por una reglamentación que le pone sello a prácticamente todo. Si antes una marca reformulaba un cereal o una granola para tener menor azúcar y más edulcorantes, el consumidor veía fácilmente la diferencia y podía elegir la alternativa más saludable.

Si le ponemos sello a todo, vamos a eliminar los incentivos a la innovación de empresas y emprendedores para ofrecer productos saludables, y también vamos a restarle valor a la regulación. Ya los colombianos hemos perdido suficiente con la devaluación de la moneda, lo que menos necesitamos ahora es una devaluación de los sellos nutricionales.

@tinojaramillo, martin.jaramillo@email.shc.edu

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