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Una transición energética que no empobrezca

Martín Jaramillo

23 de junio de 2023 - 09:00 p. m.

La política energética del actual gobierno es equivocada. No solo nos va a volver más ineficientes y más pobres, sino que también nos va a volver más dependientes de las energías contaminantes de otros países. Por fortuna ese no es el único enfoque.

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Si uno quiere salvar el planeta de la catástrofe climática derivada del aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero, nos tenemos que montar en los debates globales, este es un problema que simplemente no se pueden solucionar a nivel local. La naturaleza, al fin y al cabo, rara vez conoce de las líneas políticas del mapa.

El gobierno colombiano, en vez de avanzar en esas discusiones, está es enfrascado en tomar acciones unilaterales que no cambian un pelo la ruta trágica del cambio climático, pero sí nos generan graves problemas internos: la estrategia no explorar, no explotar, no extraer, no construir, no consumir, no habitar.

Para mencionar algunos de los problemas puntuales. El fracking no solo está suspendido en sus pilotos (en contravía a lo sugerido por la comisión de expertos), sino que ahora quieren prohibirlo por ley. La minería está amenazada no solo por los grupos armados, sino que también tiene toda una institucionalidad gubernamental tomada por los más radicales activistas anti-mineros, muchos de ellos impedidos para tomar decisiones sobre la industria por conflictos de interés. Los proyectos de energía solar –los que uno creería que serían impulsados por el gobierno– no solamente están recibiendo batazos tributarios del Ministerio de Hacienda (que han hecho que muchos de ellos sean inviables), sino que los pocos que estaban en marcha en la Guajira han tenido que cerrar por la falta de “acuerdos con las comunidades”.

Como si fuera poco, el gobierno insiste en que no va a dar más licencias de exploración o explotación de hidrocarburos, afectando la confianza inversionista, aumentando el precio del dólar y amenazando la suficiencia energética del país. Más pobres, aportando menos a la solución y aumentando el tamaño del problema.

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El común denominador en todos los escenarios es una falta de seriedad con la institucionalidad del país, un enfoque completamente en contravía de las recomendaciones de los expertos, y una ceguera infinita sobre los problemas reales de la transición. Y esto es muy preocupante, porque a la velocidad que vamos contaminando nos vamos a chocar antes de que logremos cambiar el rumbo, y estas discusiones en vez de acercarnos al timón para corregir el rumbo, nos distraen de la manejada. Por fortuna, como dijimos, hay alternativas: no estamos condenados a discusiones improductivas.

Algunos debates de la transición energética son acerca de los instrumentos financieros que requerimos para pagarla: el ecosistema de inversionistas sostenibles, los bonos verdes y los bonos de impacto social enfocados en clima. Otros están discutiendo la diplomacia: ¿cómo hace uno para que los costos de la transición no los asuman los países más pobres? ¿Cómo hace uno para que los países que se desarrollaron contaminando el mundo (como Estados Unidos) les paguen a aquellos países que no han contaminado (como Colombia)? ¿No podría canjear una parte de la deuda que les debemos por unos compromisos climáticos?

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Otros debates son acerca de cómo reciclamos más, sobre cómo cerramos el ciclo de materiales y sobre cómo preservamos esos ecosistemas. Todas esas discusiones son necesarias y útiles, por supuesto, pero la discusión más productiva que tiene Colombia es, de lejos, la discusión sobre la oferta. ¿Tiene el mundo los elementos necesarios para transitar a energías limpias? ¿Quiénes están produciendo los minerales para la transición? ¿Colombia está poniendo su parte?

Ricardo Hausmann, el profesor de Harvard, puso el dedo en la llaga con este tema hace unos días.

¿Cómo es posible –se preguntaba Hausmann- que el Banco Mundial saque un documento de “transición justa para todos”, en donde busca financiar a los países como Indonesia, Sudáfrica y Vietnam para reducir su consumo intensivo en carbón, pero no menciona siquiera a países como Bolivia, Chile y Colombia que pueden ofrecer los insumos necesarios para que los países contaminantes tengan alternativas?

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La discusión de Hausmann busca que se ponga también el enfoque en la oferta, en ayudar a los países, a las minas y a la industria con capacidad de abastecer al mundo en baterías y carros eléctricos. Esto no solo aceleraría la transición sin empobrecer a nadie, sino que sería una oportunidad de desarrollo para países como el nuestro, que no van a tener la alternativa de desarrollarse contaminando el único planeta que tenemos.

Colombia hoy tiene proyectos tanto en cobre como en litio, los minerales más importantes para la transición energética. ¿Estamos haciendo lo que toca para promoverlos?

No, pero eso es tema para la próxima columna.

Martin.jaramillo@email.shc.edu

@tinojaramillo

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