Hace una semana, las imágenes de calles inundadas y cubiertas por bloques de hielo aparecieron en los principales medios de comunicación del país.
Parecían fotos de mi natal Filadelfia, en Estados Unidos, en pleno invierno. Sin embargo, esas calles blancas que parecían cubiertas de nieve, eran en Colombia, en uno de los barrios del sur de Bogotá.
Aún no se comprueba que esta granizada haya sido consecuencia directa del cambio climático. Pero lo cierto es que el clima está cambiando y sus fenómenos ocurren con mayor intensidad, frecuencia e incertidumbre. En Colombia ya se prendieron las alarmas del cambio climático. En 2011, el país tuvo que enfrentar a un fenómeno de la Niña mucho más fuerte de lo habitual, con el agravante de que no estaba preparado para hacerlo. La ola invernal dejó a más de tres millones de personas damnificadas o afectadas y le costó al país más de 6 mil millones de pesos, según cifras de la CEPAL.
Colombia hace parte de una de las regiones más vulnerables al cambio climático a pesar de ser un país responsable por solo el 0.37% de las emisiones de gases efecto invernadero a nivel global. Según estudios del Departamento Nacional de Planeación, el cambio climático puede afectar gravemente la economía del país con pérdidas anuales hasta de 0.50% del PIB. Los sectores más impactados pueden ser la ganadería, la agricultura, la pesca y el transporte.
Pero el clima cambiante no sólo afecta la economía del país y a las poblaciones ubicadas en las zonas más vulnerables. Ecosistemas tan frágiles como los páramos pueden sufrir transformaciones dramáticas, poniendo en riesgo el suministro de agua de buena parte del país. El 70% del agua que consumen el 85% de los colombianos se produce en los páramos.
A pesar de que es una amenaza latente, muchos colombianos aún no están familiarizados con este fenómeno ni creen que sea una prioridad nacional. El cambio climático sigue siendo percibido como un tema meramente ambiental, de un nicho científico, cuando en realidad es un tema transversal que afecta todos los sectores de la sociedad y de la economía.
La forma en la que afrontemos el cambio climático determinará a qué modelo de desarrollo le vamos a apostar en las próximas décadas: ¿Vamos a seguir priorizando el sector extractivo o vamos a apostarle a un crecimiento verde en el que predominen las energías renovables? Y a pesar de que esta pregunta concierne a cada uno de los colombianos, el grueso de la sociedad civil sigue desconectada.
Pero hay formas para conectarlos y una de ellas es La Hora del Planeta, la campaña ícono de WWF que se celebra hoy en 7 mil ciudades alrededor del mundo. Durante una hora millones de personas en 173 países apagarán la luz como símbolo de compromiso a reducir su consumo energético y a encaminarse en un estilo de vida más sostenible. Y en Bogotá, cerca de 1,100 personas se reunirán para participar en un circuito de ejercicios mientras se enfrentan a cambios de clima extremos y simbólicamente le donarán su energía al planeta.
Crear estos espacios con la sociedad civil es fundamental en este momento crítico. Este año, por ejemplo, Colombia tiene que presentarle al mundo cuáles van a ser sus contribuciones nacionales en el nuevo acuerdo global de cambio climático que se adoptará en París a final del año. Es decir, tiene que anunciar cuántas emisiones está dispuesta a reducir y cómo va a hacerlo, cuáles son sus planes de adaptación al cambio climático y cuántos recursos va a destinar para llevarlos a cabo.
Esta decisión no puede ser tomada exclusivamente por el Gobierno. En la consolidación de las contribuciones nacionales deben participar los gremios, el sector empresarial, la academia, las comunidades y la sociedad civil. Tiene que ser un proceso incluyente . Pero si la sociedad civil no está conectada ¿cómo puede aportar y hacer sentir su voz?
Hoy es la Hora del Planeta y la hora para que la sociedad civil empiece a organizarse y movilizarse en torno a una causa común: ponerle la cara al cambio climático, el desafío ambiental más grande de este siglo.
