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El tren ya salió de la estación Y se dirige a París, a la Cumbre de Cambio Climático (COP21) que se llevará a cabo en diciembre. En el camino hay procesos que deben reforzar los compromisos internacionales para el desarrollo sostenible.
Entre los más relevantes está la adopción de la agenda post-2015 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible que establecerán metas para un futuro más equitativo e influenciarán el financiamiento al desarrollo.
Aunque los Gobiernos son los que lideran las negociaciones internacionales, otros sectores están llevando a cabo acciones paralelas importantes. Grupos de la sociedad civil y el sector financiero están cambiando las reglas del juego para enfrentar el cambio climático y para lograr un camino hacia un desarrollo bajo en carbono.
La encíclica papal es el llamado más claro y concreto a “cuidar el hogar que compartimos”. El clima está en crisis y el Papa Francisco pide a la humanidad llevar a cabo un cambio radical en nuestro estilo de vida, en los patrones de producción y consumo, y en las estructuras de poder del mundo actual. La encíclica hace declaraciones audaces sobre nuestro sistema económico y sobre la necesidad de reducir nuestra dependencia en los combustibles fósiles y en la extracción insostenible de los recursos naturales.
El anuncio de junio del Fondo de Pensión Noruego es quizá la mayor acción hasta la fecha para desincentivar la inversión en combustibles fósiles. El Parlamento noruego aprobó que su fondo estatal de 900.000 millones de dólares, el más grande del mundo, vendiera las inversiones que tiene en compañías en las que el carbón representara más del 30 % de su negocio. Esto envía un mensaje contundente: las inversiones en carbón representan tanto un riesgo climático como financiero. Por su parte la Iglesia Luterana también se comprometió a dejar de invertir en combustibles fósiles. Y la lista sigue creciendo (http://gofossilfree.org/commitments/).
Sin embargo, nuestra dependencia en los combustibles fósiles y su extracción se mantiene pese a la caída del precio y sus costos ambientales y económicos. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), el petróleo, gas y carbón reciben cerca de 550.000 millones de dólares anuales en subsidios. El Fondo Monetario Internacional estima que los países gastaron hasta 5.300 millones de dólares subvencionando el petróleo, gas y carbón en 2015. Esto representa el 6,5 % del PIB mundial, y a nivel global es más de lo que los gobiernos gastan en los sistemas de salud.
Y los Gobiernos siguen insistiendo en mantener la extracción de combustibles fósiles. Estados Unidos, por ejemplo, se está convirtiendo en una superpotencia energética gracias al desarrollo de fuentes de energía fósil no convencionales que traen costos ambientales y económicos. Algunas estiman que el petróleo y gas de esquisto, que son extraídos mediante el fracking, producen 40 a 60 % más metano (un potente gas de efecto invernadero) que el gas convencional. En los últimos dos a tres años, la deuda para financiar el fracking en los EE. UU. se ha duplicado mientras que los retornos solo han crecido un 5.6 %.
Estas son enormes contradicciones para que el mundo se mueva hacia un futuro bajo en carbono. Colombia, al igual que otros países que dependen de los combustibles fósiles para su crecimiento económico e inversión, necesita rediseñar su paradigma de desarrollo.
Invertir en innovación energética y en otros sectores puede reducir la dependencia en los combustibles fósiles, aumentar los ingresos y empleo, y generar condiciones apropiadas para la inversión extranjera directa. Re-evaluar los subsidios para la exploración de combustibles fósiles e internalizar los costos ambientales equilibrará las condiciones para que florezcan otras actividades económicas. Es el momento de trazar un camino para la transición energética antes de que el mercado nos obligue a hacerlo.
