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La muerte de uno es una tragedia
Pero la muerte de millones es solo una estadística.
Marylin Manson, The fight song.
Cada día asesinan en Colombia a siete personas por riñas, este año van 2.065 y los alcaldes, policías, curas y noticieros siguen diciendo que son casos de intolerancia. Semejante “estadística” dejó de ser asunto de alguien que no tolera a otra persona, y entonces la destaja con machete, o con lo que tenga a la mano.
La palabreja ya no aguanta más el uso y el abuso. En mi caso, por ejemplo, yo tengo intolerancia a la lactosa y a la gente boba, pero no por eso voy a incendiar una nevera de lácteos en un supermercado, no voy a matar una vaca, ni voy a localizar gente que publica bobadas sin pensar en redes sociales para -ahí si-, lincharla. Evito esa clase de alimento y bloqueo ese tipo de gente porque no la tolero. Y ya.
Los asesinatos del estudiante de Los Andes y del conductor que atropelló un grupo de moteros, ambos por linchamiento, dejaron de ser estadística, se volvieron relevantes y tema de discusión pública; tercamente los siguen catalogando como casos de intolerancia.
Señores, esto ya es una neurosis colectiva multifactorial y todos sabemos las causas, empezando por la predicción de la OMS: “los efectos en salud mental pospandemia durarán alrededor de diez años; la nueva pandemia será —y ya es, de hecho— la de la salud mental”. Aquí caben tanto el conductor asesinado, que sufría de problemas mentales, como los linchadores. Sumémosle la polarización exacerbada, las cuentas en X dedicadas a mostrar asesinatos y linchamientos a manera de entretenimiento por la fuerza de la repetición, la otredad ya no existe; a lo que esté fuera de su manada (nichos le dicen ahora) y la trasgreda le aplican pena de muerte.
Pero no se piensa en las consecuencias de linchar a alguien, no importa que lo estén grabando desde 30 ángulos diferentes o solo lo haga una cámara de seguridad. A la manada sus cerebros les hacen un corto circuito que surge de un desequilibrio entre la amígdala hiperactiva (emoción desbordada), y el prefrontal hipoactivo (poco freno, poca evaluación de consecuencias). Se vuelven animales, y cuando vuelven a ser personas, sus rostros ya los tiene identificados la policía. Demasiado tarde.
Estas conductas vienen pasando hace un tiempo ya: Las barras bravas de equipos de fútbol asesinándose mutuamente por un “trapo”, batallas campales a la salida de casi todas las ediciones de Hip Hop al Parque (con el perdón de esa comunidad), peleas a cuchillo entre pandillas en Barranquilla que solo ocurren cuando llueve (¿?).
Y le siguen diciendo a todo esto, casos de intolerancia. ¿En serio?
La palabra le funciona a la sociedad como lavado lingüístico de la violencia: en vez de decir “asesinato”, “odio” o “crimen”, se usa un término casi pedagógico, que suena civilizado, como si la gente se matara por no saber comportarse, y no por odios, desigualdades o pulsiones violentas.
¿Soluciones? Complicado. Implementar la cultura ciudadana sería como darle una aspirina a un paciente con cáncer, esto es más profundo y grave; tal vez estamos viendo a los bisnietos del linchamiento más recordado en la historia de Colombia, cuando dejaron hecha una masa sanguinolenta a Roa Sierra, el asesino de Jorge Eliécer Gaitán, y tal vez toque buscar la causa desde esos años a ver dónde se perdió el camino y nos volvimos sociedad enferma.
Tampoco ayuda mucho usar y popularizar el verbo destripar en una campaña electoral, o machacar gente en redes sociales, conocido también como funar; esto último da para otra columna, porque ahí hay cosas para decir; no puede ser que con la excusa de la libertad de expresión, un grupo de hienas con celular lapiden gente a su gusto y posterior “satisfacción”.
