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¿Crees que es repugnante? #YoTambién

Maureen Dowd

30 de septiembre de 2018 - 12:00 a. m.

El Capitolio es un cochinero.

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Otra vez.

En algún rincón opaco de mi mente, puedo recordar una época en la que tan solo ver ese domo blanco me emocionaba. De adolescente, cuando trabajaba para un congresista neoyorquino, me sentía privilegiada de caminar por los mismos pasillos de mármol que habían recorrido algunos de los líderes más respetados de Estados Unidos.

También puedo recordar vagamente una época, antes de la farsa de Bush contra Gore, cuando sentía asombro al pasar por la Corte Suprema de Estados Unidos. Si me esfuerzo mucho, puedo invocar el sentimiento perdido de orgullo que me provocaba dar cobertura a la Casa Blanca.

Sin embargo, todo eso ha cambiado por completo.

Fue desgarrador ver cómo se desarrollaba la inútil guerra de Irak, con sus ecos trágicos de Vietnam. Es irritante pensar que podría llegar a presenciar tres casos de juicio político (que en Estados Unidos se conoce como impeachment), pero lo que más me decepciona es la historia en la que estamos enfrascados hoy, una que se repite: los ataques despiadados contra una mujer que se atreve a obstruir el camino fácil de un nominado conservador a la Corte Suprema de Estados Unidos.

Es desconcertante pensar en lo lejos que han llegado las mujeres solo para toparse con que las arrastran de regreso al mismo lugar.

Han pasado casi exactamente 27 años desde las audiencias de Anita Hill contra Clarence Thomas, y aún estamos explicando a la defensiva —hasta a nuestro presidente troglodita— por qué las mujeres no siempre denuncian a las autoridades los ataques sexuales verbales y físicos, por qué sepultan esos incidentes o intentan dejarlos atrás.

Todavía estamos viendo cómo tachan de demente, fantasiosa, exigente, confundida y estirada a una profesora universitaria intelectual de Occidente que intentó reportar de manera anónima un supuesto defecto moral de un hombre a punto de ascender a una vida de poder.

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Al igual que Eva con la manzana, planeó “aparecer en medio de la noche como un misil y destruir a un hombre”, como declaró el senador republicano Alan Simpson, refiriéndose a Hill.

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Aún estamos ante un club exclusivo de hombres blancos del lado republicano del panel —dos de sus miembros también atormentaron a Hill hace tres décadas— que trama lo que sea necesario con tal de ganar a toda costa.

No dormí la semana de las audiencias de Hill contra Thomas. Al principio, estaba tratando con fervor de averiguar qué era verdad en sus dos recuentos diametralmente opuestos.

Sin embargo, de inmediato quedó claro que Thomas estaba mintiendo.

Sus amigos y simpatizantes habían hablado en público acerca de que, mientras asistía a la Facultad de Derecho de Yale, Thomas era visitante asiduo de los cines porno y después disfrutaba describirles a sus amigos las películas que veía.

No obstante, ni los republicanos ni los demócratas lo incluyeron en sus testimonios. En vez de eso, el senador de Utah Orrin Hatch —que, a la edad de 84 años, aún está en el Comité Judicial de este nuevo pseudotribunal— insinuó que era imposible que un hombre tan apreciado como Thomas hablara de pornografía, que cualquiera que lo hiciera era “un pervertido o un obsesionado sexual psicópata”.

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Hatch acusó ridículamente a Hill de haber sacado su testimonio acerca de Long Dong Silver de un viejo caso judicial y su anécdota de cuando Thomas preguntó “¿Quién puso un vello púbico en mi Coca-Cola?” de la novela “El Exorcista”.

Nadie intentaba averiguar la verdad ni hacer lo mejor para el tribunal y el país. A los republicanos solo les importaba imponer su justicia de derecha. Aunque eran mayoría, los demócratas se acobardaron porque Thomas se envolvió en el simbolismo cargado del movimiento de los derechos civiles que siempre había despreciado. Además, se mostraron tímidos después de que los criticaron por su torpeza inicial en torno a la revelación de Hill (¿les suena familiar?). Joe Biden, el presidente del comité, canceló el testimonio de respaldo de los compañeros de trabajo de Hill.

Teddy Kennedy estaba mudo, atormentado por sus propios pecados del pasado. Las feministas estaban menos preocupadas por la humillación de Hill que por usarla como mazo para bloquear a un magistrado que resultaría devastador para los derechos de las mujeres.

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Después de una investigación de tres días por parte del FBI, la Casa Blanca declaró que las acusaciones de Hill “eran infundadas”. Posteriormente, los republicanos presionaron a los agentes para que proporcionaran declaraciones juradas en las que insinuaran que Hill había agregado detalles falsos a su testimonio, como lo escribieron Jane Mayer y Jill Abramson en “Strange Justice”.

Anita Hill estaba sola, en una sala de audiencias llena de republicanos mentirosos y demócratas cobardes, mientras la destrozaban diciéndole que era una mujer “un poco loca y un poco zorra”, según las palabras inmortales de David Brock, el amigo de Kavanaugh y más tarde el secuaz de Hillary; todo sucedió en frente de sus padres ancianos, campesinos de Oklahoma.

Después del movimiento #YoTambién, los republicanos saben que deben ser más cuidadosos con su manera de presentarse. Alguien más tendrá que encargarse del trabajo sucio de desacreditar a Christine Blasey Ford, y deberá hacerlo en su mayor parte fuera de la sala de audiencias; no olvidemos el atroz y sórdido intento de Ed Whelan —un amigo de Brett Kavanaugh que encabeza un prominente grupo de expertos en ética (háganme el favor)— de desviar las sospechas hacia un compañero de la preparatoria Georgetown que se parecía a Kavanaugh. Con el apoyo de la firma de relaciones públicas Swift Boat, llena de alimañas, Whelan incluso tuiteó el plano de la casa donde creció el estudiante, como lo reportó Politico.

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Blasey está lidiando con algunas fuerzas demoniacas que no intervinieron en el caso de Hill: amenazas despiadadas en internet que la obligaron a mudarse y la desacreditación no solo de la Casa Blanca, sino también directamente de un presidente que ha presumido ante las cámaras sobre su historial de ataques sexuales y que ha defendido de manera sistemática a depredadores como Roger Ailes, Bill O’Reilly y Roy Moore; por si fuera poco, el asesor de Trump es el mismo hombre que solapó el comportamiento deplorable de Ailes en Fox News.

No nos hemos olvidado de nuestra historia; aun así, parece que seguimos condenados a repetirla.

(c) The New York Times 2018.

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