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Les presento a Donald Trump, el diplomático

Maureen Dowd

22 de agosto de 2015 - 09:10 p. m.

Donald Trump me lanza su mirada de gato gruñón.

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Estoy sentada en su oficina, en Trump Tower a gran altura sobre la Quinta Avenida, junto a una pared adornada con cubiertas de revista enmarcadas, que producen el efecto de un espejo infinito debido a la multiplicación de su rostro. Está incluso la portada de un viejo ejemplar de Playboy, en el que el magnate de los bienes raíces sonríe ladinamente al lado de una rozagante conejita.

“Podría poner 40 paredes como esta”, afirma. “Tengo almacenes llenos de portadas. Es una locura”.

Trato de decirle al recién llegado a la política que Megyn Kelly(1) tenía todo el derecho a preguntarle sobre como habla él de las mujeres, y que ella debía ser ruda con el candidato que va adelante.

No se deja convencer. De hecho, muy en su estilo de “yo gano, tú pierdes”, le pide a una asistente que venga a entregarme una copia del artículo de Gabriel Sherman en la revista New York, titulado “¿Por qué Roger Ailes eligió a Trump, y al público de Fox News, por encima de Megyn Kelly?”.

Pero el magnate de 69 años de edad se esfuerza por no clavarle las garras a ninguna mujer por ahora. Su esposa, Melania y su hija Ivanka le han dicho que no quieren que dé la impresión de ser un misógino, pues ellas no lo consideran así.

“Tengo muchas mujeres ejecutivas y se les paga por lo menos tanto como a los hombres”, asegura. “Las mujeres me parecen sorprendentes”.

El fanfarrón multimillonario, conocido por no tener pelos en la lengua, trata de ser diplomático. Más o menos.

Trump de pronto se dio cuenta de que está a la cabeza del bando republicano, en una carrera en la que varios candidatos están renqueando. Tiene la sartén por el mango, pero todavía no la asegura.

The Wall Street Journal afirma con enfado que el atractivo de Trump es “la actitud, no la sustancia” y que el incipiente candidato todavía está tratando de resolver algunos detalles molestos, como su equipo y los temas a tratar, soñando con sus propios anuncios astringentes de campaña por Instagram sobre el Estado Islámico y China.

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Los otros candidatos, dice, “tienen encuestadores; les pagan US$200.000 al mes para que les digan: ‘No digas esto, no digas aquello, te equivocaste con esa palabra, no debiste poner ahí la coma’. Yo no quiero nada de eso. Tengo un buen equipo pero nadie me dice qué tengo que decir. Yo sigo mis corazonadas. La combinación de corazón y cerebro. Cuando Hillary llega, lee su discurso y después se desaparece tres días”.

Trump iba camino a Iowa... “Iowa es muy limpio. No es como muchos lugares a los que iríamos usted y yo, como Nueva York” —y se estaba enfrentando a este dilema: ¿Cómo controlar su lado bravucón, ese lado que le ha valido votantes que piensan que es alguien que dice la verdad, para poder parecer refinado y ganarse también a los votantes que piensan que es crudo y caricaturesco? ¿Cómo bajarle al tono cuando está tan orgulloso de su escandalosa personalidad, los feroces dardos que lanza a altas horas de la noche en Twitter y el “sabor” de campaña?

“A veces sí exagero un poco”, admite. Podría actuar de manera refinada, musita mientras come su espagueti con albóndigas, con guarnición de puerco, en el restaurante de Trump Tower, mientras los fans lo ven con la boca abierta y esperan a tomarse la selfie, pero entonces el almuerzo hubiera sido mucho más aburrido.

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Se deleita dándome una crónica detallada de las riñas de Megyn Kelly y Rosie O’Donnell como si estuviera reseñando la pelea Pacquiao-Mayweather. Irradia orgullo al decir que Rush Limbaugh se sorprendió de la mucha “metralla” que puede aguantar.

“Yo soy contragolpeador”, aclara. “No puedo pegarle a alguien que no me golpee primero. Quizá ésa sea mi debilidad. Perry empezó. Lindsey Graham empezó. Ese imbécil de Rand Paul ha empezado pues está atorado en el duodécimo lugar, y eso que es senador federal”. Afirma que Rosie es una bravucona, y la única manera de tratar a los bravucones es golpeándolos en la nariz.

¿Así que no se considera un bravucón?

Hace cara de ofendido. “No, no, todo lo contrario”, afirma. “De hecho, voy un paso más allá. La forma de que les vaya bien conmigo es tratarme bien”.

Le comento que él ha trascendido el nivel de narcisismo común en una profesión llena de narcisistas. Después de todo, él lleva una corbata roja con una etiqueta de “un tipo maravilloso llamado Trump”, cómo lo dice irónicamente él mismo, con un traje Brioni. En el último ejemplar de Time, Jeffrey Kluger, autor de El narcisista de al lado, observa: “La gente que se siente cómoda consigo mismo no se comporta como Trump”.

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Le pregunto si siempre ha sido así, jactándose de tener la mejor papilla y la mejor silla de niños.

“Honestamente, no creo que la gente cambie tanto”, afirma Trump. “Soy una persona sólida y estable”. Toca madera en la pared del restaurante y agrega: “Soy un hombre de grandes logros. Yo gano, Maureen. Yo siempre gano. Toco madera, pero yo gano. Es lo que hago. Derroto a los demás y gano”.

¿Sin ninguna inseguridad?

“No sé cómo se definiría la inseguridad en lo que se refiere a mí”, responde.

Él padece de germofobia y siempre lleva consigo paquetes de toallitas germicidas desechables. Relata que la otra noche un hombre salió del baño del restaurante con las manos mojadas, y quería estrecharle la mano. “¿Entonces qué hago? No como. Eso está bien”, señala Trump.

Trata de ser un poco más discreto. Le pareció que sería “sensacional” no poner su nombre en las gorras que llevan su lema “Hacer grande a Estados Unidos de nuevo”. Pero es difícil imaginar a Trump ejerciendo tanto control de sus impulsos.

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¿Qué pasaría, le pregunto, si lanzara un tuit nuclear contra Vladimir Putin, insultando sus pectorales, o contra Kim Jong-un, llamándolo “un gordito baboso”?

“Lo haría solo si tuviera un propósito”, asegura. “Tengo un control total. Me voy a llevar muy bien con esas personas. Yo soy negociador. Soy el mejor negociador que existe”.

¿Qué tan importante es para él el aspecto físico de las mujeres?

Responde que ha visto que la belleza física puede ser un lastre, que “algunos de los hombres y mujeres más guapas, que nunca tienen problema para conseguir una cita, que no tienen ningún problema en la vida, cuando llegan a un mundo que es cruel, no luchan tanto”.

Le pregunto si por lo menos puede admitir que el presidente Barack Obama sí nació en este país.

Vuelve a poner la cara del gato gruñón. “Sin comentarios”, dice murmurando.

1- Periodista que condujo un debate y ha sido duramente criticada por Trump y sus seguidores por su supuesta agresividad.

* Columnista de The New York Times

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