Joseph Stiglitz, en conjunto con otros dos economistas, recibió el Premio Nobel de Economía en 2011. Stiglitz fue galardonado por “probar” que los mercados libres son “ineficientes” y siempre dan resultados menos que óptimos debido a la información asimétrica. Como afirmaba otro economista medio guasón, “solo el Estado en manos de gente realmente inteligente como Stiglitz puede dirigir la producción y el intercambio de manera consistente a eficiente y resultados «justos»”. Para algunos, especialmente los llamados “progres”, Stiglitz es uno de los grandes economistas contemporáneos. Para otros, es un economista ideologizado y fantasioso, una especie de Michael Moore de la economía. La enorme diferencia entre Stiglitz y la mayoría de los otros galardonados es que estos últimos no se apoyan en el Premio Nobel para hablar de lo divino y lo humano, como lo hace de manera repetitiva y sistemática el estadounidense.
Friedrich Hayek, en su discurso de aceptación al recibir el premio en 1974, sorprendió a todo el mundo cuando pidió, ante el rey y la Academia Sueca, la supresión inmediata del Premio Nobel de Economía, afirmando que “lo más importante es que el Premio Nobel confiere a una persona una autoridad que en economía ningún hombre tendría que poseer”. Según Jeff Deist, del Centro Mises, en opinión de Hayek, “el premio amenazaba con crear un aura de certidumbre de ciencia pura en torno a la ciencia decididamente social de la economía”. Le preocupaba que este camino influyera tanto en los cargos públicos como en la gente, viendo la teoría económica más como leyes de física o propiedades de moléculas. Esto era peligroso, en opinión de un hombre que había visto a Europa y a Rusia desplomarse bajo el socialismo “científico” y había escrito extensamente acerca de economía política en Camino de servidumbre y Los fundamentos de la libertad. Entendía la letal combinación de arrogancia y certidumbre, y esperaba que la audiencia entendiera que la economía seguía siendo una disciplina que estudiaba seres humanos, con todas sus irracionalidades y fragilidades. El economista Xavier Sala i Martín, refiriéndose al abuso que hacen del premio personas como Stiglitz, afirmaba: “Y la gente que los escucha, los ve o los lee les hace caso... porque tienen el Premio Nobel. Tanto es así, que encontramos señores que lo han ganado por haber desarrollado modelos matemáticos de comercio internacional cuando hay rendimientos crecientes a escala, opinando sobre la reforma fiscal en Guatemala o sobre la política monetaria de Japón. Nadie osa decirles que el tema está tan lejos de su especialidad como lo está el cáncer de las enfermedades cardiovasculares. Abusan del aura que les confiere el Premio Nobel para pontificar sobre temas de los que no tienen la menor idea. Esta es la razón por la que Hayek pedía la abolición inmediata del Premio Nobel de Economía. Aunque nadie le hizo caso”.
En el mejor de los casos, el Premio Nobel en Ciencias Económicas es algo dudoso, dado que fue creado por los banqueros centrales suecos esperando mejorar la imagen científica de la economía, un esfuerzo de relaciones públicas pensado exclusivamente en aliviar la mala reputación de los economistas. Y si bien debe ser abolido el Premio Nobel de Economía por el mal uso que le han dado personas como Stiglitz, el que debe suprimirse de inmediato es aquel galardón de segundo nivel que llaman “Premio Nobel de la Paz”, un premio tan banal como desprestigiado.