“Llegará un día que la falsa tolerancia será tan intensa que se prohibirá pensar a los inteligentes para no ofender a los imbéciles”. Fiódor Dostoyevski.
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Hace unos años, Edward Luce, renombrado analista del Financial Times, argumentaba que el resurgimiento de la corrección política y el tono crecientemente agresivo de gran parte de la izquierda intelectual mostraban que, en lugar de defender la libertad de expresión, la izquierda está intentando acallarla. Para Luce, “el objetivo de la educación superior es inculcar un espíritu de investigación y fortalecer la mente para que los estudiantes se puedan enfrentar en el futuro al mundo confuso en el que vivimos. Pero los campus estadounidenses se están moviendo en la dirección opuesta. El lema actual es crear «espacios seguros». Las bibliotecas de las universidades ponen «advertencias desencadenantes» a obras de ficción: a los estudiantes se les desaconseja que lean Las metamorfosis, de Ovidio, porque contiene escenas de violaciones; El mercader de Venecia, de Shakespeare, porque consideran que es antisemita; El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, porque dicen que es misógina, y Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, por el patriarcado que se describe en la novela. El término «microagresión» —hacer una ofensa verbal sin darse cuenta a miembros de minorías marginadas— ha entrado en el vocabulario diario… Hay decanos de facultades que reconocen que autocensuran su lenguaje por miedo a ofender a alguien o porque incluso pueden perder su trabajo”.
En Colombia, los falsos tolerantes nos están acercando a la distopía descrita por Ray Bradbury en Fahrenheit 451 —libro cuyo título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel—, que muestra una sociedad donde los libros han sido prohibidos y una brigada de bomberos, que incluye a Montag, se dedica a quemar cuantos libros hayan quedado, dado que leer implica pensar y ahí está prohibido pensar. Los falsos tolerantes colombianos acuden a dos tácticas: matoneo y censura. Egan Bernal, el héroe del ciclismo colombiano, en días recientes se atrevió a decir que “el regalar plata no va a poder durar mucho tiempo y terminar en algo bueno. Creo que la solución está en generar empleo digno y pensar a futuro, porque esto no se va a arreglar en cuatro años”. Como era de esperar, las bodeguitas de Petro asumieron que este era un ataque directo al “iluminado” y se dedicaron a acribillar a Egan. Ramón Sanabria, en Las2Orillas, retrata a los falsos tolerantes en el remoto caso de que Petro gane: “Esta tormenta que ha caído sobre Egan deja entrever lo que será el país (…) Ninguno de nosotros podría estar capacitado para hablar del líder de la Colombia Humana, ni siquiera un héroe nacional”. En el caso de este columnista, los falsos tolerantes, en vez de limitarse a leer solo las columnas que les llamen la atención, sistemáticamente le piden al director de El Espectador (un auténtico liberal) que ponga en la calle al autor de esta columna.
Apostilla. Haciendo gala de su tiempo libre y volviendo trizas la sentencia de minimis non curat lex, la Corte Constitucional ha prohibido la pesca deportiva, que consiste en capturar peces y volverlos a liberar. El pescador deportivo no tiene más opción, si pretende evitar el terminar en las mazmorras del Estado, que comerse el pez de inmediato. ¡El deslumbramiento por la sapiencia de los magistrados no tiene límites!