Foro tras foro, la administración actual insiste en la necesidad de cambiar el aparato productivo para salvar la humanidad. La ministra de Medio Ambiente, Susana Muhamad, afirmó en Davos que la crisis climática está intrínsecamente ligada al modelo de desarrollo económico predominante. Una de las pocas personas en el país que entiende la enorme complejidad del clima y del medio ambiente es Brigitte L. G. Baptiste. En su columna en El Espectador del pasado 3 de enero, la bióloga afirma: “Con los años, me aparté de las conclusiones simplistas con las que se comenzó a fundar el ‘ambientalismo mágico’, aquel que acusa a la economía de mercado y a las empresas de ser únicas responsables de todos los males del universo y que vive empeñado en construir una ‘naturaleza’ religiosa y estatista sin ninguna consideración medianamente científica o genuinamente nativa (creo en ontologías y epistemologías diversas) de lo que implica. Augusto Ángel y Julio Carrizosa lo previeron desde los años 70, mientras todos presenciábamos la debacle ambiental de la Unión Soviética y el desastre colonial de sus extractivismos e industrias, replicados hoy por otras potencias”.
De acuerdo con el analista Geoff Ramsey, del Atlantic Council, la administración Petro tiene el enorme desafío de convertir su retórica en acción: “Muchos de sus anuncios siguen en el aire”. Más que contribuciones concretas a mitigar el cambio climático, se evidencia un enorme afán de protagonismo internacional, que no se ha traducido en liderazgo. Como bien lo señala el periodista Édgar Quintero, de La Silla Vacía, el Gobierno “no ha logrado transformar su consistente retórica climática en planes concretos que beneficien a Colombia o que tracen una senda para convencer al mundo desarrollado de sus reformas radicales frente al aparato productivo”. La propuesta de acabar con la exploración de combustibles fósiles cae en oídos sordos, especialmente en nuestro continente. Brasil, México, Venezuela y Argentina, indistintamente de la orientación ideológica de sus líderes, lejos de acabar con los hidrocarburos, piensan aumentar su producción. El Gobierno colombiano insiste en desmantelar un sector que constituye el 55 % de nuestras exportaciones y el 26 % de la inversión extranjera, que alimenta más del 15 % del presupuesto.
Agotadas las reservas, el proyecto de esta administración de importar petróleo y gas de Venezuela no detiene ni mejora el cambio climático. No enfrentar la creciente demanda de energía sucias, especialmente en los sectores de transporte, industria y comercio, confiando en los hidrocarburos venezolanos, es un error garrafal que en nada contribuye a mitigar el cambio climático. Es necesario, como lo señala en el citado artículo Brigitte, distanciarse de los discursos y narrativas pirotécnicas, y enfrentar “un reto serio e indispensable que no aguanta más actos simbólicos y requiere institucionalidad, negociaciones profundas entre diferentes (actores) y mucha creatividad para transitar a un mundo más sostenible sin abrir espacio a los autoritarismos que se avizoran por doquier”.
Apostilla: No le deseo la muerte a nadie, pero, como decía Clarence Darrow, “hay obituarios que me producen satisfacción”.