Dentro de los científicos que no tragan entero hay dos que le llaman la atención a este columnista. El primero es el científico canadiense de origen checo Vaclav Smil, autor favorito de Bill Gates. Según la revista Science, Smil quizás es el pensador más importante del mundo sobre energía de todo tipo. Para David Keith, experto de Harvard en energía, Smil es “un asesino de estupideces”. Smil, convencido del imperativo ecológico de la transición energética, asevera que es indispensable el realismo dado que dicha transición necesitará aún varias décadas: “Las transiciones anteriores se realizaron por motivos económicos. Ahora se hace por una razón, y es que simplemente no queremos generar tanto carbono”. Para Smil, los principales desafíos a nivel mundial son “reducir en el corto plazo el uso del carbón y desplazar el carbono fósil utilizado en los pilares de nuestra civilización”. Una revista especializada recientemente afirmó: “Smil ha obligado a los defensores del clima a tener en cuenta la gran inercia que sostiene la dependencia del mundo moderno de los combustibles fósiles y a cuestionar muchas de las optimistas suposiciones que subyacen a los escenarios para un rápido cambio hacia alternativas”. Nadie pone en duda la necesidad del destete de los combustibles fósiles. Pero lo que es una verdad incómoda es que estos mismos combustibles, principalmente el gas, son necesarios para la transición.
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En Colombia tenemos otro científico que no traga entero, Moisés Wasserman, quien se ha convertido en el coco de los progresistas. En reciente artículo, Wasserman afirma: “Se volvió progresista quien está en contra del avance del conocimiento científico y del desarrollo tecnológico, que son vistos más como amenazas que como soluciones. Se trata de un elitista a quien para creer una afirmación pide que se confronte con los hechos. Predomina la teoría paralizante de que todas las creencias deben ser igualmente respetadas, que nada necesita ser verdadero para ser aceptado, basta con ser creído”. Sobre el reclamo de que haya “justicia epistémica”, Wassermann responde: “El problema en ciencia es sobre la verdad; sobre un acercamiento a descripciones buenas de la realidad, con poder explicativo y predictivo, no de justicia”.
En un tema de vigencia inmediata, los transgénicos, en una columna de 2020 el profesor Wasserman afirmaba: “En este momento cursa en el Congreso una iniciativa para prohibirlos. Los argumentos son tan pobres que desconciertan. Hay quienes dicen que solo enriquecen a las grandes compañías que producen semillas. De hecho, por cada dólar adicional en el costo de la semilla, nuestros agricultores obtuvieron más de tres dólares adicionales en algodón y casi cinco y medio en maíz. No existe una obligación de usar esas semillas, habrá que aceptar, pues, que a los agricultores les conviene. Muchas de ellas ya no están cubiertas por patentes y otras fueron desarrolladas en países vecinos como Argentina y Brasil. Además, y eso es importante saberlo, desde que el ser humano empezó a domesticar plantas y animales, los ha mejorado a través de manipulación genética… Se insiste también en posibles efectos en la salud y en el medio ambiente. Eso desconoce el hecho de que se usan hace más de 25 años, los hemos consumido miles de millones de personas (sí, todos los que comemos arepas lo hemos hecho) y no hay el primer caso de daño comprobado. Espero que el Congreso base su análisis en hechos y evidencias científicas y no en un temor irracional al sonido de las palabras”.