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Cuando nos toman por idiotas

Mauricio Botero Caicedo

11 de marzo de 2023 - 09:05 p. m.

Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato, a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas, y al mozo de mulas, gentilhombre del camino”.

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-Francisco de Quevedo

Según la Real Academia Española, el eufemismo es la manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante; y como instrumento de manipulación del lenguaje, es la herramienta preferida de los “políticamente correctos” para hacer más fácil la aceptación de actos reprobables y aun delictivos. El filólogo Fernando Lázaro Carreter afirmaba que el eufemismo “delata siempre temor a la realidad, deseo vergonzante de ocultarla y afán de aniquilarla”. Utilizado por los gobernantes o sus títeres, el eufemismo, especialmente cuando es burdo y opaco, se convierte en un insulto a la inteligencia del ciudadano, que resiente, con sobrada razón, que lo tomen por idiota. Y eso es exactamente lo que el ministro del Interior, Alfonso Prada, hizo con los colombianos al calificar el secuestro de 79 policías como un “cerco humanitario”. Julián Alfredo Perdomo, alcalde de San Vicente del Caguán, mencionó que los integrantes del grupo secuestrador, la mal llamada Guardia Campesina, muy seguramente no eran de la región, estaban infiltrados por las FARC y tenían “intereses económicos, por lo que estarían constriñendo e instrumentalizando a los residentes de Los Pozos para presionar un eventual acuerdo con las directivas de Emerald Energy”. El secuestro, señor Prada, es la privación de libertad exigiendo para su liberación el cumplimiento de una condición, como puede ser el pago de un rescate u otro tipo de acuerdo. Prada, al calificar el criminal plagio como “cerco humanitario”, además de tomarnos por idiotas, nos insulta.

Por otra parte, otra que nos toma por idiotas es la editorial Puffin Books, que adelantó cientos de cambios en las últimas ediciones de los libros de Roald Dahl: Augustus Gloop, uno de los personajes de Charlie y la fábrica de chocolate, ya no es “enormemente gordo” en las nuevas ediciones, sino solo “enorme”. La señora Twit ya no es “fea y bestial”, sino solo “bestial”. Los Umpa-Lumpas ya no son “hombres pequeños” sino (inescrutablemente) “gente pequeña”. Los albaceas y editores de Dahl ladinamente argumentaron que las novelas se han actualizado para adecuarse más al público moderno. En un estupendo artículo escrito en 2007, titulado “La utilización del lenguaje para enmascarar la realidad (¿Hay que cambiar las palabras para cambiar las cosas?), el periodista Joan Busquet afirmaba, con envidiable premonición, que “a no tardar desaparecerá de los periódicos y de las leyes la voz ‘gordo’ y su lugar lo ocupará ‘persona de diferente tamaño’. Incluso la calvicie cambiará de nombre para quedarse en ‘desventaja capilar’ y la dentadura postiza devendrá ‘dentadura alternativa’”. Lo que estos nuevos censores pretenden es no herir ningún tipo de sensibilidades. Si se les da rienda suelta, acabarán modificando toda la literatura universal, desde Homero a Shakespeare. No sucumbamos pues, como afirma Busquet, a los encantos de las “trapacerías lingüísticas ni demos acomodo a los huéspedes indeseables o superfluos del lenguaje, como los tropos y eufemismos y las añagazas y emboscadas de la corrección política”.

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