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Mauricio Botero Caicedo
29 de marzo de 2008 - 01:11 a. m.
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Quisiera, de manera respetuosa, hacer unos comentarios sobre la entrevista de Yamid Amat a monseñor Luis Augusto Castro, publicada en El Tiempo el domingo 10 de marzo.

En el campo económico, monseñor acepta que hay un buen crecimiento, pero a renglón seguido el prelado afirma: “Pero hay cosas negativas: …las empresas doblan los capitales, tienen altas ganancias, pero el desarrollo integral —el que llega al hombre y hasta los más pobres— es mínimo”. La anterior aseveración tiene dos problemas: el primero es que es falsa y el segundo es que no hay causalidad. Es falsa por el hecho de que el crecimiento económico SÍ ha favorecido a los más pobres. Según reciente informe de la CEPAL, Colombia está al borde de cumplir con las “Metas del Milenio”, que buscan reducir para el año 2015 a la mitad la pobreza extrema existente en 1990. Mientras que en 2002 en Bogotá uno de cada tres era pobre y uno de cada diez indigente, hoy en día menos de uno de cada cinco es pobre y uno de cada veinticinco es indigente.

Monseñor insinúa que la pobreza está relacionada con las altas ganancias de las empresas. Es decir, que las empresas se quedan con lo que les corresponde a los pobres. La realidad es que el “ponqué” no es uno solo: lo que gana uno no significa que pierde el otro. Lo importante del desarrollo es que la marea levante a todos los barcos. El tamaño relativo es secundario.

Cuando a monseñor se le pregunta sobre la paz, responde: “Tampoco vamos bien. Iremos mejor cuando los colombianos aceptemos que es importantísimo buscar una solución dialogada al conflicto. Si no se llega al diálogo, me parece que va a ser muy difícil salir del atolladero en que nos encontramos”. Pero en otra pregunta el ilustre prelado aclara: “En tiempos del ex  presidente Pastrana, la guerrilla pronunciaba la palabra (paz) pero entendía otra cosa: la toma del poder. Con ese doble lenguaje es muy difícil avanzar: se necesita claridad en el lenguaje y diálogo”. Hasta donde se sepa, la guerrilla nunca ha renunciado a la toma del poder, por las armas o por donde puedan. ¿Hay entonces, con el mismo doble lenguaje, espacios para el diálogo?

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Suele ser León Valencia un analista  serio y ponderado de la realidad nacional, especialmente en los temas de subversión. Sin embargo, su columna del 22 de marzo en El Tiempo —con claros ribetes melodramáticos— contiene manifiestas imprecisiones: “Las guerrillas sienten la urgencia de llamar la atención del mundo confirmando que no se van a detener ante nada. Que han pasado por encima de la distinción entre militares y civiles, atacarán por igual a políticos y a combatientes”. Cabe preguntarle a León Valencia: ¿cuándo ha hecho la guerrilla distinción entre militares y civiles? La nauseabunda trayectoria durante 44 años de los narcoterroristas es una serie tras otra de cobardes atentados contra la población civil, del cual el Club El Nogal es sólo un incidente más. Así que afirmar que sólo ahora la guerrilla tiene urgencia de no distinguir entre civiles y militares, es un cuento chino.

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En una entrevista publicada en la revista Cambio en su edición del 19 al 26 de marzo, la inefable Piedad Córdoba afirma, entre otra perlas: “…pero es evidente que en las Farc hay mucha inconformidad con el Gobierno.” Uno no puede declararse menos que asombrado con lucidez y perspicacia de la elegante chocoana. ¡Y pensar que millones de colombianos estábamos convencidos de que en las Farc había mucha conformidad con el Gobierno!

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