La ONU estima que la pobreza se redujo más en los últimos 50 años que en los 500 anteriores. Al alinear incentivos con innovación, especialización y difusión, la economía de mercado ha sido en los últimos 250 años el motor central del progreso. Y si bien en ocasiones se producen fallas del mercado, en la inmensa mayoría de los casos lo que se produce son fallas del Estado en la que gobiernos torpes e intervencionistas asumen que son ellos los que mejor pueden atender las necesidades de sus ciudadanos. Para el nobel de economía, Friederich Hayek, “una vez que el ascenso de la posición de las clases bajas cobra velocidad, atender a los ricos deja de ser la principal fuente de gran ganancia y da lugar a esfuerzos dirigidos a las necesidades de las masas. Aquellas fuerzas que al principio hacen que la desigualdad se autoacentúe, más tarde tienden a disminuirla”.
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Capítulo aparte merece la disponibilidad de tiempo que el progreso ha permitido a sus habitantes. El divulgador científico inglés, Matt Ridley, afirma que eres pobre en la medida en que no puedes permitirte vender tu tiempo por un precio suficiente para comprar los servicios que necesitas, y rico en la medida en que puedes permitirte comprar no solo los servicios que necesitas sino también los que anhelas. Para ilustrar su argumento, Ridley, en su libro El optimista racional, afirma que un jornalero agrícola inglés en la década de 1790 gastaba el 75 % de su salario en comida; 10 % en ropa; 6 % en vivienda; 5 % en calefacción; y 4 % en luz y jabón. Hoy el patrón del gasto en un país desarrollado es: 10 % en alimentos; 24 % en vivienda; 3 % en ropa; 6 % en energía y cerca del 45 % en ocio, transporte, salud y educación. En buena parte de las economías más pobres del mundo, principalmente en África y en algunos países del continente, una campesina rural dedica su tiempo aproximadamente así: 35 % a cultivar alimentos; 33 % a cocinar, lavar y limpiar; 17 % a acarrear agua; 5 % a recolectar leña; y 9 % a otros tipos de trabajo, incluido empleo remunerado. En un país medio como Colombia en promedio las personas dedican el 27 % de su tiempo en trabajos remunerados; el 31 % en tareas del hogar; el 9 % en estudios, educación y diligencias; el 18 % en comer, aseo y cuidado personal; y el 15 % en ocio, cultura, deporte y actividades sociales.
Hoy, como lo reseña Ridley, de los estadounidenses designados oficialmente como “pobres” el 99 % tiene electricidad, agua corriente, inodoros con descarga y un frigorífico; el 95 % tiene televisión; el 88 % teléfono; el 71 % automóvil y el 70 % aire acondicionado. Si hiciéramos un paralelo con los “pobres” de Bogotá o Medellín de hoy, el 95 % tiene electricidad; el 80 % tiene agua corriente; el 95 % tiene televisor a color; el 95 % tiene celular; y más del 70 % tiene nevera o refrigerador. Pepe Sierra, el hombre más rico de Colombia a principios del siglo XX, no disfrutaba de ninguna de esas comodidades.
Apostilla. Su patente incapacidad para generar ingresos o riqueza que no esté atada al presupuesto público es la razón por la que la inmensa mayoría de los progresistas está dispuesta a todo para afianzarse como rémoras en el poder. ¡Roto el cordón umbilical, temen por su supervivencia!