“No hay libros morales ni inmorales. Los libros están bien escritos o no lo están”. Oscar Wilde.
Por increíble que parezca, los apóstoles de la “corrección política” están logrando revivir el Index Librorum Prohibitorum, una lista de aquellas publicaciones que la Iglesia catalogó como libros perniciosos para la fe, en el siglo XVI. El Index contenía tanto nombres de autores cuyas obras estaban prohibidas en su totalidad, como obras aisladas de otros autores. En 1933, a raíz de la execrable quema de libros en Berlín por alumnos de la Universidad Friedrich Wilhelm, se volvió profética la frase del poeta Heinrich Heine: “Donde se queman libros se termina quemando también a las personas”.
Hace unos años el periodista Ricardo Dudda describía el caso de unos estudiantes de la Universidad de Columbia, en EE. UU., que rechazaban leer algunos textos de la mitología griega como Las metamorfosis, de Ovidio, pues “contiene material sensible y ofensivo que margina las identidades de los estudiantes. Estos textos, creados a partir de historias narrativas de exclusión y opresión, pueden ser difíciles de leer y discutir para un superviviente, una persona de color o un estudiante de origen humilde”. En meses recientes, una escuela de Massachusetts prohibió a sus estudiantes la lectura de Homero, puesto que sus obras solo sirven para instalar en la mente de los más pequeños valores pérfidos y venenosos. Imbecilidad igual tiene pocos precedentes en la historia. Como en días pasados mencionaba Josemaría Carabante, columnista de El Confidencial Digital de España, “a través de los héroes que lucharon en Troya, los griegos recibían enseñanzas imborrables sobre el valor, la tenacidad y el honor. Desde entonces no podemos pensar la amistad sin Aquiles y Patroclo. Y si nos preguntan por la encarnación de la astucia, seguramente Odiseo será el primer nombre que nos venga a los labios. Del mismo modo, la bella Penélope ha quedado para la posteridad como símbolo de persistencia y fidelidad… en EE. UU., los nuevos catones han lanzado una campaña en Twitter y otros medios bajo el lema #DisruptTexts para purgar con su celo reprobador obras clásicas que consideran machistas, sexistas, capacistas, etc. Es decir, que incurren en cualquier «ismo» execrable para su mirada puritana”.
Pero no solo es la quema de libros lo que proponen los “políticamente correctos”, sino el que haya paridad étnica entre los libros que se publican. Richard Jean So y Gus Wezerek, columnistas de The New York Times, opinan que se deben publicar libros de afrodescendientes en proporción igual a la de la población, indistintamente de que estén bien o mal escritos. En Colombia, de la misma forma en que se ha determinado que la mitad de los candidatos a los puestos de elección debe tener órganos reproductivos de uno u otro tipo (que sean analfabetos, deshonestos o indecentes no tiene la mayor importancia), es muy posible que dentro de unos años los libros que se publiquen en el país, además de ser “políticamente correctos”, tengan que estar relacionados con la etnia del autor. Habiendo en Colombia un 4,4 % de indígenas, los libros de ese gran literato que es Gustavo Bolívar van a ser obligatorios.
Lo único positivo de tanta majadería es que a quienes les gusta leer nada les atrae más que lo prohibido. Sin saberlo, los mentecatos de lo “políticamente correcto” pueden estar contribuyendo al renacer de la literatura universal.