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¿Estaremos condenados a repetir la historia?

Mauricio Botero Caicedo

25 de febrero de 2023 - 09:05 p. m.

Barco logró, entre otras cosas, el proceso de paz más exitoso del país: el realizado en 1990 con el M-19, que permitió que uno de los integrantes de ese grupo sea hoy el presidente. Muchos factores, incluyendo distintos orígenes geográficos e ideológicos, diferenciaron los procesos de paz de Barco y de Santos: el M-19, creado en 1970, fue una guerrilla urbana de corte socialdemócrata, mientras que las Farc, fundadas en 1964, eran un movimiento campesino y comunista. Al momento de la desmovilización, las Farc tenían 7.000 soldados, de los cuales cerca del 40 % prefirió seguir atrapando las rentas de la violencia, mientras que los 2.000 integrantes del M-19 casi en su totalidad se reincorporaron a la vida civil. Una vez firmada la paz, algunos de los líderes del M-19 fueron elegidos congresistas o alcaldes, participaron en la redacción de la Constitución del 91 y sacaron el 13 % de los votos en las elecciones presidenciales de 1990. A diferencia, los miembros de las Farc sacaron solo el 0,38 % de los votos en las elecciones de 2018. Sus escaños no son resultado de votos, sino de garantías acordadas en el proceso de paz.

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Pero posiblemente las dos diferencias más notorias de estos procesos son que Barco no tuvo la prepotencia de clamar a cuatro vientos el fin de una guerra y la sobriedad con que se finiquitó la paz con el M-19. Consciente de que el conflicto tenía varios actores, Barco y Pardo lograron que los integrantes del M-19 se mantuvieran dentro de la legalidad. La firma de la paz de Barco, con una duración de 30 minutos, fue a puerta cerrada, sobria, con no más de 50 personas como testigos. La de Santos, por contra, fue en una serie de fastuosas ceremonias en Cartagena y Bogotá, con la presencia de miles de invitados, locales y extranjeros. Barco buscaba resultados, no ser el foco de la atención internacional. Y la demostración más evidente de los resultados de comparar ambos procesos es que cuatro años después de la firma con el M-19, incluso a pesar del asesinato del líder Carlos Pizarro en 1990, el país ya había pasado la página de aquel conflicto. Al anverso de la moneda, casi ocho años después de firmado con las Farc, miles de guerrilleros regresaron al monte y siguen delinquiendo.

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La prueba del relativo fracaso del proceso de paz de Santos es que hoy se busca la llamada “paz total”, un objetivo loable, pero que adolece de serios desafíos. Como bien lo señaló en su día Rafael Pardo, quien como consejero de paz lideró con inteligencia las negociaciones con el M-19, mientras haya narcotráfico (y habrá narcotráfico mientras que EE. UU y la Unión Europea no legalicen la droga), las posibilidades de paz en Colombia son casi inexistentes. El que en el pasado enero no se haya erradicado una sola hectárea de coca no es buen presagio. Ojalá, como decía Santayana, que aquellos que olvidan la historia no se vean obligados a repetirla.

Apostilla: uno de los objetivos de la Comisión de la Verdad era sentar las bases de la no repetición, la reconciliación y la paz estable y duradera. Hoy, con más de 50 grupos delincuenciales operando al margen de la ley, el fracaso relativo de dicha Comisión es evidente y su Informe se circunscribe a las élites de los derechos humanos.

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