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En un artículo publicado en el Wall Street Journal (abril 7/23), titulado “Snitches get sheepskins as colleges train student informants”, Ivan Marinovic y John Ellis, profesores de Stanford y de la Universidad de California en Santa Cruz, describen cómo en EE. UU. cada día más universidades crean departamentos administrativos para manejar las acusaciones anónimas contra profesores o estudiantes que con sus opiniones o actos se aparten de las políticas de corrección política de la cultura de la cancelación. Para Marinovic y Ellis, estas universidades, islas totalitarias en un mar de democracia, abiertamente promueven políticas de control que se asemejan más a aquellas de la Stasi, la tenebrosa policía secreta de los comunistas alemanes. Imposible definir un régimen fascista o comunista sin una vigorosa y activa policía secreta. La Stasi (en alemán, Ministerium für Staatssicherheit), que en su día llegó a tener más de 100.000 agentes, fue una agencia de vigilancia y espionaje cuyo objetivo era contribuir a la autodisciplina de la población. Las organizaciones en las universidades estadounidenses que precisamente promueven las acusaciones anónimas tienen el mismo objetivo de la Stasi: contribuir a la autodisciplina de la población universitaria. En la Universidad de Yale, donde los comisarios ideológicos paulatinamente han ido desplazando a los académicos, los puestos administrativos han aumentado más del 150 % en las últimas dos décadas, mientras el número de profesores lo ha hecho solo un 10 %.
En “Universidad, al margen de la ley”, un estupendo artículo publicado en El País, de España, la intelectual Adela Cortina se hace las siguientes preguntas: “¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI se haya degradado el afán de verdad frente a la moral del establo, que permite disfrutar del calor del rebaño? ¿Cómo es posible que sea en campus universitarios, originariamente, los estadounidenses, pero después muchos otros, donde ha nacido la inquisición de la corrección política y la cultura de la cancelación, que cortan la libre expresión e implican un retroceso rotundo en el proceso de ilustración?”.
Según Peter Berkowitz, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford, la censura la adelantan administradores que comparten la creencia progresista de que las universidades deben restringir el discurso para proteger las sensibilidades de minorías y mujeres. Estos modernos Catones capitulan ante los manifestantes más enfadados y ruidosos. El periodista Julio Valdeón afirma que esa es la guerra que ahora se dirime en las universidades de EE. UU: “Un duelo en el que los partidarios de la verdad pierden por goleada frente a la cofradía de la santa mordaza, siempre a caballo entre la infección ética, los arranques monistas, que proscriben el pluralismo, y el puro patetismo intelectual”.
Apostilla: afortunadamente, gracias a la oportuna denuncia del exministro Néstor Humberto Martínez Neira, se cayó el artículo que hubiera permitido, por la arbitrariedad de una autoridad que quiere meter sus narices en la confidencialidad de las comunicaciones ciudadanas, que 40 millones de colombianos no tuviéramos acceso a WhatsApp. Este hubiera sido el sueño de la Stasi en caso de haber existido esta tecnología.
