A cualquiera le pone los pelos de punta el titular de El Tiempo del martes pasado, que resume la conclusión a la que llegó el grupo especializado que realiza inteligencia: “Colombia arranca el año con cuatro redes criminales que aglutinan casi 13.000 integrantes”. Y si bien es una realidad que los grupos criminales han tenido notables cambios desde 2007, siendo el más importante la mutación de buena parte de las Farc en varias disidencias, también hay otras redes criminales como el Eln y los carteles mexicanos que han aumentado de manera considerable sus efectivos. En 2007 eran 12.499 integrantes de los grupos criminales. Para 2010 esas cifras se habían reducido a 8.000. Este guarismo se mantuvo más o menos estable hasta 2015, cuando los resultados de las políticas laxas en contra del narcotráfico, combinadas con la inexplicable decisión de suspender las fumigaciones, empezaron a producir sus catastróficos y más previsibles resultados.
Lo firmado en La Habana, en cuanto al “fin de la guerra de 50 años”, es una ilusión, un compendio de buenas intenciones. El expresidente Juan Manuel Santos, en reciente entrevista en El Tiempo con Yamid Amat (enero 9/2021), acepta que nadamos en un mar de coca: “llevamos 50 años en estas. Si las matemáticas son exactas, no debería existir en el país una sola mata de coca, pero infortunadamente la realidad es que hoy no estamos mejor que cuando estábamos peor. Seguimos nadando en coca”. Parafraseando lo dicho a las legiones romanas, según relata Tácito, por el jefe de los pictos, Calgacus, “al océano de coca que permitieron lo llaman paz”.
La llamada “guerra contra las drogas”, por supuesto, sigue y seguirá hasta que el mundo en su conjunto tome la decisión de legalizar las drogas duras. En este sentido el expresidente Santos tiene parcialmente la razón cuando en la ya citada entrevista afirma: “y así seguirá, como en una bicicleta estática, con los gobiernos futuros mientras la prohibición y la represión sean las políticas para combatir la droga, en Colombia y en el mundo. Por eso cada vez más países están pensando o poniendo en práctica la legalización, sin dejar de combatir el crimen organizado. Miren al nuevo gobierno en Alemania (legalizó la marihuana) o 19 estados en Estados Unidos, o miren la evidencia que publica la Comisión Global de Drogas. Es la forma de quitarles a las mafias su poder y su dinero. Hace 100 años lo lograron en Estados Unidos eliminando la prohibición en el comercio del licor”. Cabe subrayar que ningún país o Estado ha legalizado la cocaína y los derivados de la amapola. Y mientras que estas drogas sean ilegales, no tenemos alternativa diferente a combatirlas. Nuestra tragedia es que en Colombia el negocio se incentiva dado que buena parte de los narcotraficantes, como el Eln y las disidencias de las Farc, se seguirán arropando en mantas ideológicas para asegurar su futura impunidad.
Dicho lo anterior, parte de lo acordado en La Habana es rescatable. Es reconfortante ver que después de décadas de conflicto empiezan a florecer varios talentos que dejan grandes productos exitosos que se venden y compiten con cualquiera. Según el portal Las2Orillas, “la cerveza la Roja, que ahora tiene una planta de producción en Bogotá, es otro ejemplo de un emprendimiento exitoso: 22 hombres y mujeres campesinas, excombatientes del ETCR Antonio Nariño, producen esta cerveza artesanal con 5,5 grados de alcohol”. También prefiero ver a Carlos Losada, alias Tornillo, hablando sandeces en el Congreso, que violando niñas y niños en la selva.