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Acercándonos peligrosamente a un apagón, es pertinente invocar a Vaclav Smil, científico experto en temas de energía y medio ambiente, quien explica que el mundo depende de materiales y energía que los ambientalistas de escritorio simplemente no entienden: “Cada año, la humanidad moviliza más de 100.000 millones de toneladas de materiales, gran parte de ellos no renovables. Decir que vamos a ‘decrecer’ sin detallar cómo reorganizar esa complejísima maquinaria es condenar a países enteros a una economía de subsistencia”. Smil desmonta la pretensión infantil de que podemos “decrecer” y simultáneamente sostener el bienestar de 8.000 millones de personas sin una catástrofe logística. Alérgico al dogma y la corrección política, Smil aboga es por el realismo, criticando el decrecimiento desde una perspectiva más pragmática y técnica al observar, basado en datos históricos, que sin crecimiento los gobiernos no pueden financiar infraestructura, hospitales, escuelas ni programas sociales.
En el anverso de la moneda están los profetas del decrecimiento, Jason Hickel y Giorgios Kalis, armados de buenas intenciones, pero desconectados de la realidad (Irene Vélez es solo una catequista menor que repite lo que no del todo entiende). Como lo reseñaba un crítico, “quienes promueven el decrecimiento como una panacea global olvidan (o ignoran) que el mundo actual está cimentado en una infraestructura energética fósil que no puede ser reemplazada mágicamente por paneles solares y aspas de viento”. Los profetas de decrecimiento y sus evangelistas, que también proponen la renta básica garantizada y servicios universales gratuitos en salud, educación, vivienda y transporte público, no tienen muy claro cómo van a financiar tanto bienestar en unas economías que, en vez de crecer, se contraen; y que los grandes avances en salubridad y medio ambiente fueron financiados con impuestos al comercio. La utópica pretensión de Hickel y Kalis en el sentido de que la agricultura local —con poca tecnología, mínima fertilización y baja mecanización— puede generar la suficiente energía, carbohidratos, proteína y grasa para alimentar a ocho billones de personas, desafía la realidad. La agricultura que no haga uso de insumos como fertilizantes, maquinaria, riego eficiente y mejoramiento genético, produce de dos a 10 veces menos por hectárea que la agricultura moderna. Es decir que, si el mundo entero adoptara las ilusorias teorías del decrecimiento, “necesitaríamos entre dos a tres planetas Tierra solo para mantener el nivel actual de consumo calórico”. Y si bien es importante impulsar a todas las escalas una agricultura más sostenible, especialmente en el menor desperdicio del agua y la fertilización regenerativa, pretender reducir producción y consumo sin generar miseria no solo es totalmente irrealista, sino una peligrosa quimera.
Apostilla 1. Extraordinaria la decisión de darle el Nobel de la Paz a María Corina Machado.
Apostilla 2. Frase demoledora citada por el columnista Pedro Medellín: “Cuando la bandera palestina se usa como escudo personal y no como símbolo de un pueblo oprimido, deja de ser solidaridad y conciencia revolucionaria, y se convierte en puro oportunismo politiquero”.
