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La petrolera BP anunció en días pasados el hallazgo de un nuevo yacimiento de gas y petróleo frente a las costas de Brasil, en lo que la empresa calificó como “su mayor descubrimiento desde hace 25 años”. Mientras el Brasil se prepara para acoger en noviembre la COP30, la conferencia climática más importante del mundo, el presidente Lula, según Bloomberg, afirma que “no hay hipocresía en sus ambiciosos objetivos climáticos y en los planes de buscar más petróleo. Son precisamente los ingresos de la producción de más crudo los que ayudarán a financiar la transición energética y garantizarán precios asequibles para el resto del mundo… no podemos tener esta riqueza bajo nuestros pies y no explotarla ya que es gracias a esta riqueza que tendremos el dinero para construir la transición energética con la que soñamos”. Claramente, Lula no hace parte de la recua de majaderos que demonizan el petróleo.
En el otro lado del globo están Dinamarca y Noruega, naciones que iniciaron en los años sesenta robustos programas de explotación de gas y petróleo en el Mar del Norte, al darse cuenta de que para poder financiar el “Estado de bienestar” y eventualmente adelantar la transición energética, era indispensable contar con los recursos de la explotación de los combustibles fósiles. Ambos países –que gozan de excelentes servicios de salud, pensiones sensatas ajustadas a los recursos disponibles, envidiable infraestructura, y ejemplares normas ambientales– no fueron tan majaderos de demonizar la producción de combustibles fósiles. Como con enorme sensatez lo explicaba un alto funcionario danés: “La transición no se hace desde la miseria, sino desde la solidez económica”.
En Dinamarca, Dong Energy (hoy Ørsted), inicialmente una empresa estatal de petróleo y gas, se transformó en una potencia mundial en renovables, siendo hoy la principal productora de electricidad eólica en el mundo. Con la finalidad de convertir los recursos de los hidrocarburos (recursos que por supuesto los noruegos entendían que eran temporales) Noruega creó el Government Pension Fund Global, que hoy maneja más de un millón quinientos mil millones de dólares invertidos en más de 9.000 empresas a nivel global.
A la inversa, el camino escogido por nosotros (país que depende en más del 35 % de sus exportaciones del sector minero-energético) es radicalmente diferente: radicalizando el discurso contra los hidrocarburos, obstaculiza todo nuevo contrato de exploración y gas. En lo verdaderamente significativo en una transición, como es el disminuir la contaminación en el sector del transporte (flotas obsoletas, redes casi inexistentes de transporte público eléctrico y un parque automotor dependiente de diésel y gasolina), seguimos contaminando sin parar, ocultando el hecho de que importando combustibles envenenamos aún más el planeta. El cómo vamos a financiar la transición energética no parece preocupar a un Gobierno que pretende adelantarla desde la miseria y no de la solidez económica.
Apostilla. Para congraciarse con su jefe, el pastor Saade también se declara “emérito. ¿Se producirán en Colombia suficiente cantidad de moscas para alimentar este batracio?
