Preguntado por la periodista Inés Santaeulalia del diario El País de Madrid si el informe (de la Comisión de la Verdad) destaca el narcotráfico como uno de los puntos claves de la violencia en todo el país, el padre De Roux responde: “Si no se acaba con el narcotráfico no va a haber paz en Colombia. El narcotráfico está en la mitad del conflicto, en la sangre del conflicto, lo mantiene vivo y penetró al país por todas partes. Está en el corazón de la economía colombiana, de la formal y de la informal…” Totalmente de acuerdo con el padre De Roux. En artículo del año pasado, afirmábamos: “Los analistas de los conflictos colombianos aceptan que la gasolina que ha alimentado los conflictos en Colombia en los últimos 50 años ha sido el narcotráfico. Hoy, cerca del 40 a 60 % de las Farc se mantienen activas traficando coca y amapola, porque el equipo negociador en La Habana no fue capaz de obligar a la guerrilla a confesar rutas, laboratorios, cómplices y apoyos al narcotráfico desde Venezuela. El gobierno anterior, al contemporizar con el vertiginoso aumento el área sembrada en coca para no incomodar a las Farc, dejó abierta al máximo la llave de la gasolina del conflicto…”.
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Tenemos diferencias es en la continuación de su respuesta, en donde el padre De Roux afirma: “La guerra contra el narcotráfico lo que hace es activar la guerra, con el agravante de que lo convierte en un mejor negocio, le da mayores ganancias. Estamos diciendo que así no, esto no se puede solucionar con más guerra. Hay que empezar por un desarrollo rural muy serio, para que los campesinos que se han tenido que arrinconar cerca de la selva para sembrar coca como medio de vida puedan tener su propia tierra...”. Creo que el padre De Roux no es tan consciente de que la droga ilícita se produce es al lado de los centros urbanos como Cali, Popayán, Tumaco o en las fronteras (Catatumbo y Putumayo), no en los rincones de la selva. En estas zonas y aldeañas, varias comunidades de bandidos e indígenas no solo mantienen en sus tierras gigantescos cultivos de narcóticos, sino impiden, con violentas asonadas, la actuación de la Fuerza Pública. El entierro de héroe a un narcotraficante asesino como Mayimbú es una demostración palpable de la convivencia ilícita de indígenas, bandidos y corruptos con narcotraficantes.
Legalizar la droga unilateralmente sería un suicidio y nos convertiría en un paria mundial. Asumir que las inmensas utilidades que genera el narcotráfico se podían reemplazar por cultivos de yuca o aguacate, más que demente, es infantil. Negocio ilícito mata a negocio lícito. Rafael Pardo Rueda en su libro, La guerra sin fin, expone las falencias de la política basada en la represión de la producción. La solución de fondo sin duda es la legalización a nivel internacional de la droga. Y mientras esto ocurre, los países consumidores tienen que asumir su responsabilidad en perseguir a los proveedores de los insumos químicos y a los grandes capos del narcotráfico que se pasean por sus anchas en el Mediterráneo.
Apostilla. La acogida en un hospital del narcoterrorista Iván Márquez en Caracas es la “prueba reina” que la Venezuela de Maduro y Cabello protege a los terroristas que operan contra Colombia. Lo que es inexplicable es que si el gobierno de Biden les quiere dar un giro a sus relaciones con Venezuela, la primera condición no sea que los venezolanos dejen de apoyar el narcotráfico. Mal que bien, el principal mercado de la droga y, por ende, el primer afectado es EE. UU.