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¿Podría Colombia replicar el éxito del Mato Grosso?

Mauricio Botero Caicedo

02 de marzo de 2025 - 12:06 a. m.
Vista aérea de Pantanal.
Foto: Filipefrazao - wikimedia commons

El acelerado proceso de urbanización de Colombia (fenómeno que comentábamos en el pasado artículo) y el rápido descenso del número de campesinos, ¿implica que cada vez seremos menos autosuficientes en comida? Importando el 30 % de los alimentos que consumimos (9,2 millones de toneladas de cereales a un costo que supera los 2.400 millones de dólares), la seguridad alimentaria de Colombia es precaria. Parte muy importante de las importaciones agrícolas, concretamente el maíz y la soya, se podrían cultivar en la Orinoquía. El Mato Grosso brasileño, con características muy similares a nuestra Orinoquía, hace 40 años era un rincón despoblado y pobre. Hoy, esa región exporta maíz, soya y sus derivados por la suma de 32.500 millones de dólares, habiéndose convertido en una de las dos o tres principales despensas del mundo. Lejos de enriquecer exclusivamente a los empresarios agrícolas locales y extranjeros que le apostaron al desarrollo del Mato Grosso, un reciente estudio de Fedesarrollo señala: “El recaudo de impuestos municipales, estatales y federales se ha multiplicado en las últimas tres décadas, creando un círculo virtuoso de inversión pública y expansión productiva, dado que estos ingresos fiscales han fondeado múltiples inversiones en bienes públicos productivos y sociales”. Mato Grosso hace 30 años, en impuestos y tributos recaudaba 250 millones de dólares. Hoy el recaudo fiscal se acerca a los 10.000 millones de dólares; veinte veces más.

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Colombia podría replicar al Mato Grosso, pero una legislación obsoleta como son las Unidades Agrícolas Familiares (UAF); una enorme inseguridad jurídica en torno a los baldíos; un importante rezago en el catastro multipropósito; una informalidad en los títulos, que puede llegar hasta el 83 % en ciertos municipios; y una casi inexistente infraestructura, hacen que esta meta sea posible, mas remota. Los colombianos, indistintamente de su ideología, reclaman la necesidad de la “seguridad alimentaria”. Sin embargo, para buena parte de los funcionarios y opinadores la única agricultura deseable en el país es la campesina, casi aquella de la autosuficiencia familiar. Esta contradicción y sesgo, naturalmente, conduce es a que, lejos de replicar al Mato Grosso, cada año nos expongamos a tener menor seguridad alimentaria.

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Los países no son ricos por sus recursos naturales. De ser así, el Congo sería una nación infinitamente más rica que Singapur, país que carece de recursos naturales. El PIB per cápita del Congo es de $ 600 dólares y el de Singapur $ 85 mil dólares; 142 veces más. Pero la riqueza, indistintamente se mida en recursos o en neuronas, hay que explotarla y administrarla. Colombia lleva varios lustros hablando sobre el potencial de la Orinoquía como una de las pocas “despensas alimentarias” del mundo. ¿No será hora de dejar de hablar y empezar a actuar?

Apostilla: En aquel rocambolesco consejo de ministros, Susana Muhamad aseguró que jamás se sentaría en la misma mesa que el Sr. Benedetti. De entrar doña Susana al gabinete —y sin renegar a su marxismo (vertiente Groucho, no Carlos)—, ¿tácitamente ella estaría aceptando que “si no le gustan mis principios, tengo otros”? O se comprometería a que en todo consejo de ministros se mantendrá de pie, no sentada.

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