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Los indígenas norteamericanos, para describir a quienes decían una cosa y hacían otra, decían “hablan con lengua bífida” (they speak with forked tongue). La sentencia se dirigía a aquellos charlatanes que despliegan banderas de paz mientras cabalgan hacia la guerra, y que dan lecciones de ética con la misma desenvoltura que un pirómano da clases de prevención de incendios. Recientemente, en la COP30 en el Brasil, Colombia puso en evidencia su enorme capacidad de manejar un discurso con altísimo nivel de charlatanería. Mientras la ministra (e) Irene Vélez le exigía al mundo compromisos firmes para eliminar los combustibles fósiles, farisaicamente ocultaba que Colombia, al quemar cada día más combustibles fósiles, lo que hace es aumentar su huella energética. Mientras el país siga sin reducir consumo, sin modernizar su red eléctrica, sin diversificar sus patrones de consumo preparándose para una era pospetróleo, cualquier sermón seguirá siendo recibido por la comunidad internacional con enorme escepticismo, por no hablar de desdén.
Los países entienden que es necesario reemplazar los combustibles fósiles y que, para poder adelantar una transición seria y ordenada, necesariamente requieren combustibles fósiles. El moralismo climático, como el que pretendió con singular falta de éxito imponer Colombia en la COP30, se ignora y desdeña. Para tener autoridad en la discusión climática es indispensable que, mientras se moderniza la matriz energética, en un marco fiscal realista se reduzca el consumo interno simultáneamente direccionando la economía a un futuro más verde. En ningún sector relevante Colombia tiene una política creíble de reducción en el uso de combustibles fósiles (faltando ocho meses para terminar su mandato, el Ministerio de Minas propone incentivos para el desarrollo de carga de los vehículos eléctricos). Según datos del Ministerio de Minas y Energía y de la Unidad de Planeación Minero-Energética (UPME), el consumo interno de combustibles líquidos en Colombia, en vez de disminuir ha aumentado en los últimos tres años. Con la finalidad de disimular la inexistencia de una hoja de ruta seria para abandonar los combustibles fósiles, los faltantes los estamos es importando; indistintamente de EE. UU. o de Venezuela, escondemos el hecho de que, al importar gas, consecuencia del transporte, contaminamos aún más al planeta que si lo produjéramos nosotros mismos.
Apostilla. Razón le sobra al gobierno eximir a nuestros futuros diplomáticos de tener estudios universitarios y posgrado. Es más, en dicho decreto tampoco se les debe exigir estudios de bachillerato y mucho menos que hablen otros idiomas; ni que hayan cursado primaria, dado que el que sepan leer de corrido los puede colocar en aquella “aristocracia” que con toda razón rechaza nuestro máximo líder. Como lo había mencionado en un pasado artículo, el único requisito debe ser que puedan contar hasta cinco con los dedos de una mano. En el caso de los embajadores, los requisitos deben ser mucho más estrictos y se les debe exigir que puedan contar hasta diez con los dedos de las dos manos. Me preocupa, sin embargo, que esta última exigencia pueda descalificar a la canciller.
