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Los colombianos tenemos una enorme aversión a pensar en grande y casi absolutamente todo lo que hacemos es en ‘micro’.
Tal vez el caso más protuberante de nuestra mentalidad ‘micro’ es la educación superior. En Colombia existen 288 universidades e Instituciones de Educación Superior (IES). La inmensa mayoría de estas IES son ‘universidades de garaje’, auténticas fábricas de cuasi analfabetos.
Los propietarios de estos negocios, que hábilmente mimetizan su incontrolable ánimo de lucro bajo la figura de ‘Fundaciones’, se aprovechan de la insatisfecha necesidad de conocimiento, aunada a la ingenuidad de sus alumnos. El mercado objetivo de estas ‘universidades de garaje’ son jóvenes de las clases menos favorecidas que abrigan la ilusión de que un ‘título universitario’ les permita ascender posiciones en la escala socioeconómica. ¿Y cómo logran estos ‘buitres’ de la educación amasar enormes fortunas en poco tiempo? Pagándoles migajas a los profesores y cobrándoles fortunas a los estudiantes. El problema de pagar migajas, como lo señala un aforismo anglosajón, es que uno termina contratando a chorlitos.
Otro campo en donde prima lo ‘micro’ es la agricultura. Decenas de miles de intelectuales y ONG despistadas abogan por imponer la ‘microagricultura’, haciendo caso omiso a que somos un país de 50 millones de personas, de los cuales en pocos lustros más de 45 millones van a residir en los centros urbanos. Dedicados a lo ‘micro’ –que en esencia es agricultura de subsistencia– y sin proyectos agrícolas de gran escala, los colombianos vamos a ser rehenes de las importaciones de comida de los países que sí impulsan su agricultura a gran escala como son Brasil, Argentina, Uruguay, Canadá y Estados Unidos.
El Estado también es un ejemplo protuberante de la mentalidad ‘micro’. Basta echarle una mirada a la infraestructura física, en donde a lo largo y ancho del país predominan las ‘carreteritas’ y los ‘puentecitos’. Aun lo que se suponía era el principal terminal aéreo del país, el Aeropuerto El Dorado, fue diseñado con mentalidad ‘micro’. Otro campo en donde el Estado hace gala de su talante ‘pigmeo’ son los impuestos. En Colombia, entre los nacionales, los departamentales y los municipales, hay 62 tributos, siendo la mayoría de ellos tan absurdos que el costo de cobralos supera el recaudo.
Pero hay una excepción en la regla de lo ‘micro’ y es nuestra obsesión por redactar leyes, códigos, decretos, normas, estatutos, preceptos, edictos y reglas. Nuestra Constitución es la tercera más larga del mundo, y precisamente por ser tan confusa, enredada y farragosa, hay que reformarla cerca de dos veces al año. ¿No sería una verdadera sorpresa que apareciera un candidato que en vez prometer colmarnos de nuevas leyes, se comprometiera es a derogar todas las idioteces que permanecen en nuestros códigos?
Muy posiblemente nos merecemos la suerte de ser un país insignificante a causa de nuestra obsesión por lo ‘micro’. En un país con mentalidad liliputiense, pensar en grande es subversivo y peligroso.
Apostilla: El nuevo fiscal general de la Nación, hombre inteligente y probo, es la persona idónea para eliminar los vicios que esta institución había adquirido. Martínez Neira es igualmente el hombre indicado para tomar medidas contundentes en contra de los patrimonios ilícitos dado que el Estado, no cansado de maniatar a los emprendedores y desincentivar la inversión, se estaba dedicando casi exclusivamente a perseguir a los patrimonios lícitos.
