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Un gran salto de rana

Mauricio Botero Caicedo

31 de enero de 2009 - 10:00 p. m.

EL AUTOMÓVIL ES UNO DE LOS GRANdes inventos de la humanidad: representa la libertad de desplazamiento, una de las mayores libertades que puede disfrutar un ciudadano en un país libre. El problema es que el automóvil de hoy es ineficiente, pesado, costoso de fabricar, contamina y ocupa demasiado espacio.

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El automóvil es ineficiente porque es incapaz de traducir la energía (medida en BTU) de la boca del pozo de petróleo a la llanta. Según los expertos, sólo un 35%, en el mejor de los casos, de esta energía pasa al asfalto. Las pérdidas ocurren en los procesos de refinación, transporte y distribución de la gasolina; y en el diseño del automóvil en sí, ya que buena parte de la energía se pierde en la caja de cambios, en la transmisión y en los ejes.

Los combustibles predominantes hoy son los derivados del petróleo, combustibles que contaminan la atmósfera con un kilo de monóxido de carbón por cada 3,2 kilómetros recorridos. Adicionalmente, el petróleo es un producto no renovable cuya producción global va en declive. Hoy circulan cerca de 800 millones de vehículos y si el mundo tuviera la misma proporción de carros que hay en Europa (uno por cada dos habitantes), en el año 2035 habría 3.000 millones de vehículos. El petróleo no puede ser considerado como el combustible del futuro.

Los automóviles de hoy son pesados: es absurdo que para transportar en promedio a dos personas que pesan 140 kilos, se necesite un carro que pesa 1.500 kilos.

Dadas sus inmensas carencias, es una certeza que el automóvil del futuro tiene que ser sustancialmente diferente. Lo más probable es que este automóvil sea de plástico y de caucho, con electricidad como combustible. El automóvil del futuro tendrá motores eléctricos pequeños (hoy en día factibles gracias a la nanotecnología) en cada una de las ruedas, eliminando la caja, la transmisión y los ejes. Como los aviones modernos, las piezas se moverán por impulsos electrónicos. Los inmensos avances en los plásticos y el caucho permitirán fabricar —con la rigidez necesaria— el chasis y la carrocería. El peso final será significativamente menor que los vehículos actuales y el auto se podrá cerrar como un acordeón para guardarlo.

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La electricidad se generará por medios (hídricos, nucleares, eólicos, biomasa y solares) que no contaminen. La electricidad no hay que refinarla; y el transportarla no genera polución. El principal problema son las baterías para almacenar la energía eléctrica. Es necesario que sean livianas y poco costosas.

La revolución no se va a dar en Estados Unidos, donde existe un contubernio ilícito para mantener el statu quo, sino en Europa o China. Los demócratas en EE.UU. defienden a los sindicalistas amarrados a la tecnología del pasado; y los republicanos defienden a los pulpos del petróleo que se oponen a modificar el consumo de los hidrocarburos.

Lo que es necesario es que los gobiernos apoyen el establecimiento de una red de estaciones en donde los vehículos puedan recargar sus baterías en menos tiempo de lo que dura llenar un tanque de gasolina.

Aquí el Ministerio de Minas no parece tener mayor idea de la revolución que se está gestando. En vez de incentivar una gigantesca red eléctrica que provea el combustible del futuro (dando un gran salto de rana tecnológico similar al que los celulares dieron en relación a las líneas telefónicas fijas), el Ministerio gasta sus escasas neuronas en montar un “Fondo de Estabilización” de un combustible fósil no renovable. Este desacierto es el equivalente a que los encargados del sector energético a finales del siglo XIX les diera por establecer un “Fondo de Estabilización de Aceite de Ballena”, obviamente ignorantes de la revolución que se estaba gestando en su día con el petróleo.

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