Cuando los políticos hablan de cultura ciudadana entienden algo parecido a “fiesta callejera” y, si son de derecha, entienden algo parecido a desorden. ¿Recuerdan el caso de Manuel Córdoba, el frustrado secretario de cultura de Medellín? El alcalde Federico Gutiérrez, según palabras del mismo Córdoba, lo había nombrado con el siguiente objetivo misional: “Ve, Manuelito, hacete ahí y resolveme ese chicharrón tan verraco”. Cuando el desenfadado secretario dijo eso, Fico, por supuesto, lo destituyó de un plumazo, no sin aclarar que él sí se tomaba en serio la Secretaría de Cultura.
Le verdad es que pocos alcaldes se toman en serio la cultura ciudadana, tal vez porque vivimos en un país desmemoriado que no recuerda las enseñanzas de Antanas Mockus sobre este asunto o, peor aún, en un país despistado que ni siquiera sabe qué hizo Antanas Mockus. El hecho es que la cultura ciudadana no solo es un asunto de folclore y encuentro callejero (que lo es, por supuesto) sino también, y sobre todo, un tema de convivencia, de respeto entre iguales y de cumplimiento de reglas. Por eso, como lo mostró Mockus, la cultura ciudadana es transversal a todas las políticas públicas: la seguridad, la tributación, la educación, el desarrollo y la movilidad. No tener en cuenta esa conexión ha llevado, en innumerables ciudades del país, al fracaso de muchos alcaldes.
Miren, por ejemplo, lo que está pasando con las motos. Según reporta Darío Hidalgo Guerrero, en Colombia tenemos una tasa de muertes de 15,5 por cien mil habitantes en las vías públicas, lo cual nos pone a la cabeza del ranking mundial de la movilidad infame. Se calcula que más del 60 % de los hechos que producen esas muertes involucran a una moto. Medellín es la ciudad del país con las peores cifras en esta materia.
Lo increíble es que esta tragedia humana es evitable y depende, como lo he dicho tantas veces en esta columna, de una combinación de reglas estrictas (sobre todo de control de la velocidad), cambios en la infraestructura y la cultura ciudadana. Esta receta, que es bien conocida, implica un trabajo coordinado entre la Secretaría de Movilidad, la policía vial y la Secretaría de Cultura. Pero en la práctica eso no ocurre porque los secretarios de cultura, o al menos los que saben de su oficio, casi nunca logran incidir en las políticas diseñadas por la Secretaría de Movilidad o por la policía de tránsito. Sus preocupaciones son vistas por el alcalde y por sus colegas como asuntos baladíes, inmanejables (“ese chicharrón”) o, lo que es más común, como un tema políticamente intratable. Me explico: los motociclistas se han convertido en una masa humana imposible de ordenar porque cuando un alcalde intenta imponerles restricciones, ellos amenazan con bloquear la ciudad; por eso los mandatarios locales prefieren no hacer nada. Mientras tanto, la lógica primaria y trágica del motociclista (la de muchos, al menos) sigue su curso deplorable: “corro un riesgo extremo con tal de no perder mi libertad de movimiento”. Los controles podrían salvarle la vida, pero él prefiere ser libre.
El alcalde Federico Gutiérrez acaba de nombrar a Santiago Silva como secretario de cultura. Santiago es un joven brillante, profesor e investigador de la Universidad Eafit, sabe mucho de cultura ciudadana y conoce bien la ciudad. Si el alcalde lo deja trabajar con las demás secretarías en el tema de la movilidad, puede salvar muchas vidas. Eso demostraría que a Fico sí le importa la cultura ciudadana.