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Almas en pena

Mauricio García Villegas

10 de marzo de 2023 - 09:05 p. m.

Los espíritus de la isla es una película de Martin McDonagh que narra el derrumbe de una amistad entre dos aldeanos, Colm y Pádraic, que viven en una pequeña isla (ficticia) ubicada al oeste de Irlanda, en los tiempos de la guerra civil de 1923. Quiero hablar del encanto que me produjo esta película. Si usted no la ha visto y piensa verla, aplace la lectura de esta columna, y si ya la vio, o no la piensa ver, aquí van mis impresiones.

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Colm y Pádraic son amigos de toda la vida, pero un día cualquiera Colm decide que ya no quiere ser amigo de Pádraic. Así no más. Y cuando Pádraic, consternado por algo tan inesperado y triste, le pide una explicación, este le responde que no es nada en particular, que él no ha hecho cosa mala ni lo ha ofendido en nada y que simplemente está cansado de lo aburrido que es y que, además, quiere dedicar el resto de sus años a la música. “Esas no son razones para acabar una amistad de toda la vida”, le replica Pádraic. Puede ser, le responde Colm, pero ya lo tengo decidido; más aún, “si insistes tomaré medidas drásticas: me cortaré un dedo de la mano cada vez que te acerques a conversar conmigo”. Y como Pádraic es incapaz de mantenerse alejado, Colm termina cortándose todos los dedos de su mano derecha y, a partir de ahí, la relación entre ambos se deteriora hasta el punto de que Pádraic intenta, aunque no lo logra, matar a Colm quemando su casa con él adentro. En la última escena aparecen ambos examigos hablando en la playa, derrotados y sin esperanza, mientras se oyen, a lo lejos, desde Irlanda, los últimos cañonazos de la guerra.

Esta es la historia de una amistad que se rompe sin mediar traición o engaño. A simple vista la trama es algo absurda, pero una mirada atenta puede ver en ella una sutil metáfora de las guerras civiles, en las que dos bandos, en principio cercanos, se prodigan un odio sin tregua que los conduce a la ruina. Son la misma gente, viven en el mismo territorio, comparten una historia, lengua, esperanzas, valores y hasta genes, pero terminan peleando con un furor que los destruye a ambos. Lo que mantiene la pelea no es lo que piensan o hacen los otros, sus coterráneos, sino el fuego en el que arden sus propias furias. Almas en pena es el título que le pusieron a la película en España y refleja mejor la trampa afectiva de la que hablo. A propósito, Manuel Chaves Nogales, al comentar lo ocurrido en la guerra civil española dice esto: “La estupidez y la crueldad se enseñorearon de España”.

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Las guerras civiles son conflictos entre patriotas que se ven entre ellos como antipatriotas. Cada bando cree estar luchando contra enemigos infiltrados, parásitos internos, y por eso son campañas de depuración que fácilmente se vuelven campañas el exterminio. Las otras guerras, las internacionales, o incluso las de invasión, como la que vemos hoy en Ucrania, también pueden ser terribles, pero no suelen ser tan absurdas ni carecer tanto de propósito. En la película de McDonagh los animales están siempre presentes, se pasean incluso por el interior de las casas y a veces, cuando Colm o Pádraic están cavilando sus iras, aparece un asno o una vaca mirándolos detenidamente por una ventana, como si les pareciera absurdo lo que sienten los humanos.

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Vale la pena ver Almas en pena, no solo por el encanto que produce, sino porque advierte sobre la estupidez de la guerra civil, y eso, en Colombia, nunca sobra.

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